domingo, 18 de diciembre de 2011

Mi ronroneo en las bibliotecas


Leer no era nada del otro mundo en mi casa, mi mamá me enseñó casi a la par en que me explicaba cómo se pronunciaban las palabras y con cada pregunta de la vida la respuesta era la misma: busca en la biblioteca.
Los libros fueron llegando gracias a ventajas casuales, como una tía que trabajaba en Carvajal y una mamá que tenía crédito con un librero que ahora es renombrado en la ciudad. Los libros estaban ahí, me acompañaban al colegio y tenían todo lo que yo quería saber del mundo. No era tampoco una relación de amistad, seguía jugando, visitando amigas y viendo mucha televisión, simplemente que en el panorama estaban ellos.
En el colegio el castigo por llegar tarde era una mañana de encierro en la biblioteca, en consecuencia el recinto permanecía desolado. Un día, por cosas de la vida, di con él y creo que la encargada se alegró mucho de tener una visita frecuente. Mi primer libro de salón de ácaros fue el Elogio a la locura, y me pareció increíble que alguien pudiera tener junto tanto delirio en el cuerpo. La bibliotecaria era parecida al estereotipo, una señora altísima, seria, de cabello semicano y de voz grave. No era más o menos amable, era parca y lo que siempre pensé era que le pagaban por estar ahí, así no lo disfrutara. Pero no me frenó su presencia. Después de la locura me persiguió Gabriel García Márquez, consideré yo que después de tanta algarabía ya era la hora para enfrentarme al tan mentado Cien años de soledad. Rebusqué en vano todos los rincones de la biblioteca. La señora, de la que no recuerdo el nombre, se llenó la cabeza de polvo y entre estornudos y manos resecas encontramos libros que ni imaginábamos que estaban en un colegio de monjas, pero ese, no.
Ni sé cómo era que podía pasar tanto tiempo en la biblioteca. Las clases eran estrictas y solamente salíamos para ir al baño y a la que vieran en los corredores la castigaban en el acto. Pero sí recuerdo mis últimos años de colegio pienso en nosotras buscando por horas el libro de García Márquez. Ella nunca me preguntaba si tenía clase o si me había fugado, tampoco creo que mi rebeldía en esa época hubiera dado para tanto. Siempre me han gustado los lugares secretos, los poco frecuentados y sobre todo los que me permiten leer en silencio. En los que me ría por lo que leo y no tenga a nadie encima preguntándome qué estoy haciendo. También creo que comencé a terminar temprano los exámenes, a decir con franqueza: "perdón profesora, pero voy para la biblioteca". Asunto arreglado.
 A pesar del tiempo invertido, Macondo y sus cien años no aparecían. Como nos empezamos a tratar con amabilidad y cierta compinchería, la bibliotecaría me dio una solución: "¿no está ese, pero están todos los demás. Por cuál vas a comenzar?".
Así que puedo decir que la lista García Marquiana se abrió a mí completamente y me devoré cada uno de sus cuentos, novelas, ensayos y artículos de prensa. Macondo adquirió una forma propia, un lugar común construido por un señor muy famoso del que no sabía nada. Cien años de soledad fue el libro más importante de mi adolescencia, porque descubrí en mi ansiedad por encontrarlo, que lo había tenido siempre a mi lado, con mi mejor amiga que me lo prestó cuando se dio cuenta por qué era que me escapaba para la biblioteca. Era mío incluso antes, lo sé porque no fue un leerlo, fue un estar en él. Era un lugar conocido, con personajes como vecinos de los que se sabe todo y al final se reúnen en detalles. Con ese libro le dije adiós a la biblioteca del colegio, porque con los brazos abiertos me recibieron las de universidad.
 La mía era una universidad privada, pero su biblioteca era completa, aunque para mis ansiedades literarias se me quedaba cortica. Mencionaré uno importante, 4 años a bordo de mi mismo. Sé que hubo más, sobre todo, porque Cielo la bibliotecaria todavía me saluda por nombre propio. Es, sin embargo, la señora Martha Traba la que me volvió a atrapar en este recinto.
Aclaro que en ese tiempo no tenía mucho para hacer, estaba escribiendo la tesis, no tenía trabajo y acababa de terminar la práctica. Para mi mamá fueron unos años de pesadilla, para mí fue una oportunidad única en la vida. (No le digan a ella, pero estaba feliz de no tener por primera vez en la vida una meta, reto o plan).
Como mis lazos con la universidad pública eran genéticos, familiares y románticos, entrar a la biblioteca de la Universidad del Valle era como llegar a la nave nodriza. Era una biblioteca de cuatro pisos y apenas si me lo podía creer. Gran parte de mi familia se formó allí, así que me dejaban por ratos en ese punto donde no me podía perder más que en letras. Mi primer carné fue allí, en una mañana hice todo el trámite y en la tarde ya estaba en el piso de colecciones con un bocado delicioso: Angelitos empantanados de Andrés Caicedo. La película fue completa al ir durante una semana únicamente a leerlo. Sentía a Caicedo caminar conmigo en Cali, lo veía pasar en los cabellos largos de los estudiantes univallunos y casi que detrás de cada par de gafas gigantes lo encontraba riéndose de mí. La ciudad caleña y los libros de Caicedo se hicieron uno solo, con el sonido de los samanes, la brisa de las cinco de la tarde y el encuentro con algún pariente.
Al regresar a mi ciudad de montañas me arriesgué, lo digo así porque era terreno desconocido, a la biblioteca de la Universidad de Caldas. Y fue ahí, el primer día, en que me encontré con la Traba. Ni sabía que ella había escrito literatura y el nombre tampoco decía nada: Los laberintos insondables. Pensé que terminaría aprendiendo de arte, estilos, pinceladas, pero nada de eso, la señora Traba también tenía su corazoncito literario y lo más extraño para mí fue que la argentina rodeada de bogotanos, terminó escribiendo de costeños. Diario caminaba de mi casa hasta la universidad y pedía el libro, que cómodamente había señalado con un separador. Nadie lo pidió en las dos semanas en las que le fui a hacer visita. Cada vez que lo dejaba sufría porque nadie lo descubriera. Hasta el sol de hoy solo lo he visto en esa biblioteca y una vez se me refundió en una librería de segunda. Los laberintos de la Traba fueron inolvidables.
De ellas tengo mucho para decir. Las he recorrido palmo a palmo. Acumulaba los libros en la mesa como si fueran tesoros incompartibles. He convivido como el insoportable olor a pollo frito del Banco de la República, que quitaba las ganas de leer y alborotaban el apetito. Los libros amarillentos de la facultad de derecho, que dejaban un polvillo que me enronquecía. O mi buena amiga bibliotecaria que me prestaba por meses los que consideraba era importante que yo leyera y me dijo en la cara que lo que yo escribía no eran cuentos, sino relatos.
 Confieso que las visito poco últimamente, que siempre las extraño y que así sea el piso más refundido de una casa de Cartagena no las dejo de buscar y ubicar en la mente. Hacen parte de ese ser extraño que soy. Que cada vez que tiene curiosidad de la vida estira la mano y echa mano de la colección de libros más cercana.

martes, 6 de diciembre de 2011

Germán Castro Caycedo narra el cuento de su vida

Germán Castro Caycedo es un cuentero de su experiencia periodística. Se sabe de memoria los sumarios de los casos judiciales que ha cubierto, almacena con exactitud los datos de los lugares que ha visitado, pero es mejor narrando los recuerdos de su vida. Eso lo demostró durante una conferencia en el salón Dabar de la Universidad Católica de Pereira este año.
Frente a unos 200 estudiantes puso a competir su voz de abuelo de 71 años con las vibraciones de los celulares, los tecleados de los blackberry y las piernas inquietas de los que intentaban vencer el sueño. Entremezclaba con pausas dramáticas sus aventuras de reportero, la metodología de las investigaciones y sus gustos personales.
En 15 minutos de charla ya había recorrido, por enésima vez, la historia de los jóvenes que se quedaron atrapados en una cueva en Zapatoca (Santander). Palabra por palabra, las mismas que había usado una hora antes para la rueda de prensa que les concedió a algunos alumnos en la biblioteca.
Cuentero
El abuelo Castro disfruta contar su historia, finge que le falla la memoria para que los escuchas le recuerden que el experto de las cavernas es el espeleólogo y que los momentos más importantes de una narración se denominan climax.
Entre el público estaban los admiradores más jóvenes, unos 10 muchachos que no paraban de tomarle fotos, pedirle autógrafos y asentir con los datos de los libros, que por supuesto, ya se habían leído.
Él los mira, los cuestiona con los pequeños ojos oscuros y ahora en tono sarcástico habla del periodismo investigativo y la vieja consigna de que todo periodismo requiere investigar. Repite términos ingleses adaptados al periodismo actual, se burla de los que aman a "Mi-a-mi" y reproduce el efecto que aprecia todo cuentero, la risa.
A la derecha del salón Dabar hay un grupo de colegiales que, al contrario de los universitarios, no se mueve y mantiene la vista fija en el escritor.
Aquellos tiempos
El cuento de su vida regresa a la nostalgia de los días en El Tiempo, de los 10 años con correctores de estilo, meses para reportear una crónica y técnicas exigidas por su jefe de redacción. "Ahora le dicen editor", el apunte infaltable en sus conferencias.
Afuera, en la papelería de la Universidad, las vendedoras se preguntan quién es el anciano que ha causado tanto alboroto en los pasillos. "Es Germán Castro Caycedo", le responde una estudiante. "Me dejó en las mismas", le dice la vendedora. "Es un escritor. El autor de Sin tetas no hay paraíso", aseguró la muchacha. Luego alguién más rectifica y les da una lista más precisa y sin contar con el popular libro de Gustavo Bolívar. Escribió El cachalandrán amarillo, La bruja, Mi alma se la dejo al diablo, El hueco, Colombia amarga, Objetivo 4. "Ahhhh, yo me leí La bruja, la de la televisión", finalizó la vendedora.
Adentro el conferencista-cuentero habla de lo suyo, la crónica. Esa que debe llevar de la mano al lector. Hace énfasis en la estructura y regresa a su cancha: cómo está investigando el secuestro de Juan Carlos, hermano del expresidente César Gaviria y da algunos anuncios de este como su próximo libro. Recita su técnica de grabar, transcribir, memorizar, reconocer y darle ritmo a la historia. Habla de la importancia del orden en que se hacen las entrevistas. Sin querer se convierte otra vez en protagonista y cuenta cómo cargó 'municiones' para hablar con el coronel encargado del operativo de entrega del secuestrado y hasta dónde tuvo que llegar para saber de la suerte de los secuestradores. Un respiro y lanza un piropo a las "mamacitas de Pereira, las mujeres más bonitas del país", de nuevo el público se ríe.
Maestro de la crónica
Les refresca a los estudiantes los tipos de estructura para contar una historia. Hace un chiste sobre Samuel Moreno y la calle 26 de Bogotá y rescata a la audiencia. Ahora habla de los tiempos recuperados y menciona a los gringos de Bogotá, que usan palabras como 'flash back'. "Esa manía de la clase media alta de imitar todo lo que viene de Mi-a-mi", recalca.
Vuelve a sí mismo y conversa sobre los monólogos y el desuso de las descripciones físicas para formar a los personajes. Para el clima de Pereira usó mocasines negros, pantalón de pana azul oscuro y una chaqueta blanca. Vestimenta jovial en un hombre que tiene la cabeza y el bigote totalmente canos. Es menudo y bajito, pero conserva aún sus cejas tupidas y negras.
Divaga por unos segundos y lleva a los asistentes a la intimidad de su casa, su biblioteca repleta de diccionarios, enciclopedias y libros sobre el color. Mueve las manos con frecuencia, golpea los micrófonos, las grabadoras, todo lo que se interponga en el camino y no permite que nada interrumpa su relato. "El factor sorpresa es una técnica indispensable en cada historia", dice para introducir su amor por el cine y cómo ha influido en sus formas de contar. Hace hincapié en el mundo sensorial y recrea de nuevo otro de sus lugares comunes: la selva.
"¿Es mucha carreta, está muy largo?", pregunta y el auditorio responde al unísono:"no maestro continúe". Los muchachos se internan con él en un paseo por el Tapón del Darién. Cuenta su tristeza por la tala de árboles y da indicaciones como de cartero, pues repite los nombres de las veredas, los pasos, las mejores rutas y hasta los nombres de los habitantes que se encontró en el camino.
Salta con suavidad a uno de sus temas favoritos, las especialidades profesionales. Destaca la labor de los botánicos, biólogos, zoólogos, ornitólogos, médicos y geólogos que constituyen el cuaderno de sus fuentes más apreciadas. "Es como tener un consejo de redacción a mano". Les explica que la mejor técnica para un periodismo diario bien hecho es tener las fuentes por profesiones.
El detalle nutre sus historias, les da el realismo, "porque en la no ficción se trata de no inventar una sola coma". Su intención es acostar al lector en la cama del enfermo de paludismo, llevarlo al lugar perdido de Colombia y que sienta hasta las distintas tonalidades de verde. Aquí llega uno de sus personajes recurrentes, el pintor neirano David Manzur.
El color exacto
Otra pausa metódica. Vuelve sus ojos al texto que ya tiene en la memoria y cuenta cómo Manzur le enseñó los tipos de verdes para encontrar los colores exactos de la selva. "Ya voy a terminar", le dice a la moderadora con ojos de abuelo conversador.
Sin querer, pasa de la selva a la historia de la colonia y los buques que cruzaron el Atlántico desde Europa. Ahora los detalles hablan de mástiles, navegación y madera. Vuelve el Castro investigador que aprendió de velas, la soledad del marinero y los tipos de azul y gris del mar.
Los estudiantes han hecho a un lado los blackberry y ríen como niños. La magia de la conferencia se ha cumplido. Se han convertido en sus nietos. Les habla del paso por el Triángulo de las Bermudas, el Ártico, sus amigos pintores y las cámaras que acompañaron sus travesías. Con cada pausa se crea un silencio profundo.
"No me inventé nada, solo investigué. Muchas gracias", finaliza. Todos aplauden y detrás del bigote blanco sale una sonrisa franca. Germán Castro Caycedo ha cumplido con la conferencia del día.

domingo, 27 de noviembre de 2011

“Ser travesti en Cartagena es un infierno”


La invisibilidad de las agresiones homofóbicas llevaron a Wilson Castañeda, politólogo antioqueño, a liderar la primera organización que registra la violencia contra la comunidad de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales del Caribe.


Wilson Castañeda conoce la violencia de la homofobia en carne propia. Este politólogo de Medellín tiene 33 años y encabeza la organización de diversidad sexual Caribe Afirmativo, que funciona desde septiembre de 2009 en Cartagena y trabaja con la población de Barranquilla, Santa Marta, Sincelejo y Valledupar. En ella promueve la lucha por los derechos de la comunidad LGTB (Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales).
Su acción política comenzó cuando trabajaba en 2007 en el departamento de Derechos Humanos de la Procuraduría de Antioquia. Los informes de ataques a travestis rebosaron su escritorio y asegura que las denuncias le empezaron a “doler como si se tratase de sí mismo”.  Decidió apoyar a los LGBT de la región y eso lo condujo a asumir en público su homosexualidad.
¿Cómo fue ese acercamiento?
“Me fui a conversar con los travestis del Parque Bolívar de Medellín. Mientras me contaban sus historias, llegó un grupo urbano de paramilitares. Me dieron una golpiza e intentaron subirme a un taxi, pero escapé. Con cada golpe me gritaban: ‘Queremos limpiar a Medellín de maricas y cacorros. Los vamos a eliminar’. Me decía a mí mismo que eso me pasaba por meterme donde no me habían llamado. Aceptar en público mi condición sexual era un riesgo, pero continué y les propuse a la Procuraduría y al Instituto Popular de Capacitación de Medellín crear una oficina para registrar y defender los casos de violencia contra la diversidad sexual”.
¿Qué pasó con la oficina?
“Por un tiempo registramos todo tipo de ataques. Las denuncias de la comunidad se hacían públicas, pero la política de la institución cambió con el nombramiento de un nuevo procurador. Así que se acabó la oficina y yo seguí como activista gay en otras entidades, como la Personería, la Alcaldía de Medellín y el Polo Democrático Rosa”.
¿Lo volvieron a atacar?
“La amenazas se intensificaron. Los paramilitares de la ciudad me mandaban advertencias. Querían matarme. Tenía protección de la Policía, pero estaba cansado de la vida del perseguido. Aproveché la coyuntura y me vine para Cartagena”.
¿Lejos del activismo gay?
“Realmente vine a Cartagena, porque desde niño he tenido vínculos con la Región Caribe. Cuando me mudé, había decidido dedicarme sólo a la docencia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y desligarme de la política de diversidad sexual”.
¿Por qué cambió de idea?
“Llegué el Jueves Santo del año pasado y ese día me invitaron a la discoteca gay más reconocida de Cartagena, Studio 54.  Justo en plena rumba llegó la Policía y eso fue el acabose. Patearon todo y hubo destrozos en el lugar. Estaba ebrio, así que me quedé quieto, pero al día siguiente llamé a la Procuraduría y denuncié el caso ante la Alcaldía”.
¿Hay pruebas del abuso de autoridad?
“Había cámaras en el local.  El administrador interpuso la denuncia formal y la Alcaldía hizo un acompañamiento al caso. Todo quedó ahí”.
¿Y cómo empezó la organización?
“Después de que armé el escándalo político con la discoteca, me llamaron de la Alcaldía para alentarme a organizar algo más pedagógico sobre la diversidad sexual. Los del partido Por una sola Cartagena, que respaldan a la alcaldesa Judith Pinedo, nunca volvieron a aparecer, sin embargo, con unos amigos creamos Caribe Afirmativo”.
¿Qué es Caribe Afirmativo?
“Es una causa bonita, porque falta una reforma social para que la ciudad se lea a través de su comunidad LGTB. No soy el mesías y el Estado tiene la mayor responsabilidad, pero nosotros somos 20 personas que queremos hacer visible la diversidad sexual y los problemas que se dan por negarla”.
¿De qué se ocupa?
“El observatorio de Derechos Humanos, el cineclub H, formación ciudadana, incidencia en los gobiernos y creación de espacios para la práctica de la diversidad sexual”.
¿Cómo mantienen la organización?
“De nuestros bolsillos. Somos profesionales, cada uno tiene su empleo y con eso financiamos las actividades de la organización. También tenemos apoyo internacional y la Alcaldía nos presta espacios. Necesitamos abogados, psicólogos, médicos, otros voluntarios que asesoren a la población en los casos particulares de agresión de género”.
¿Cuáles son los problemas de los LGTB de Cartagena?
“Acá la represión de la sociedad les exige que sean invisibles. Tengo la teoría de que la fuerte ascendencia afro de la ciudad inhibe totalmente la diversidad sexual”.
Pero los negros se consideran reprimidos en Cartagena
“Hay que tener claro que nosotros estamos trabajando con la otra Cartagena, la que es de la plaza de mercado Bazurto hacia el sur. Donde la cultura afrodescendiente dicta que el hombre existe para penetrar a la mujer y llenarla de muchachitos, ahí no hay espacio para una sexualidad diversa. En el Centro Histórico dominan los blancos, la clase alta que por la empresa turística pregona una tolerancia ambigua, que es permisiva con los extranjeros y esconde a los cartageneros. Los jóvenes homosexuales se aprovechan de eso y salen de sus barrios para encontrarse en la Ciudad Amurallada, en la Plaza de San Diego”.
¿Hay más lugares de encuentro?
“Están los espacios cerrados, que son las discotecas Studio 54 y Lepetit. Sin mayores compromisos con la causa LGTB y con una mirada comercial que explota al gay sin retribuirle nada. Está el Camellón de los Mártires y los alrededores de la plaza de toros donde se encuentran los travestis. Toda la ciudad debería ser un espacio para el desarrollo de la diversidad sexual”.
¿Y el Carnaval Gay del 11 de Noviembre?
“Eso y la guacherna gay de Barranquilla son vergonzosos.  La cosificación del travesti. Es la población diciendo: ‘saquen a las locas para reírnos de ellas’. Entiendo el esfuerzo que hacen cada año para presentar un desfile en las fiestas de la Independencia de Cartagena, pero no somos muñecos. El año pasado tratamos de modificar el concepto y organizamos una marcha de reivindicación, el Desfile de la Diversidad Sexual. Invitaba a la alegría, pero reflexionaba sobre la independencia ciudadana para vivir la sexualidad dignamente. Siempre me han preocupado las violaciones a los derechos sexuales de los travestis, que son los más vulnerados”.
¿Cómo viven los travestis de Cartagena?
“Cuando fuimos a ofrecer charlas sobre diversidad sexual a la Personería, una funcionaria me dijo que aquí no había de eso.  Como si fuera una peste. Hay que ir a la Plaza de Toros una noche para ver a los jóvenes travestis esperando a alguien que quiera tener sexo con ellos. Algunos les pagan, pero también los extorsionan y disparan. Muchos me dicen que quieren dejar la prostitución”.
¿Qué opciones laborales tienen?
“Además de trabajar en una peluquería, ninguna.  A estos muchachos los echaron de la casa. No tienen expectativas de estudiar, porque los colegios y universidades les exigen vestirse y hablar como ‘hombres’. Las empresas se niegan a contratarlos  y tienen que vivir del sustento diario que les da la prostitución”.
¿Y los travestis de las clases alta y media?
“Esos no viven aquí, se encuentran en Bucaramanga, Medellín, Cali o Bogotá. Los que se quedan están muy enclosetados. En Bogotá conocí a un travesti cartagenero de una familia adinerada. Tenía éxito en la capital y cuando le pregunté por qué no estaba aquí, me respondió: ‘El travesti cartagenero que posea recursos económicos tiene que salir de la ciudad lo más rápido que pueda’. Ser travesti en Cartagena es un infierno”.
Cartagena registra pocos ataques homofóbicos en comparación con esas ciudades
 “Sí, porque en ellas la condición sexual es pública. Eso expone a los LGTB y visibiliza más las agresiones. Acá tenemos el caso del profesor cubano Rolando Pérez, sucedido en febrero de 2007. Lo mataron en su casa con repetidos martillazos en la cabeza y con la sangre escribieron mensajes homofóbicos en las paredes. El comandante de la Policía de ese año, coronel Carlos Mena Bravo, declaró que ‘Rolando llevaba una vida desordenada, era promiscuo y en su condición de homosexual tenía varios compañeros’. Aseguró que era un crimen pasional, con lo que enterró la investigación”.
¿Cuántos casos han registrado ustedes?
“Cuatro. Todos fueron declarados crímenes pasionales. Las investigaciones no avanzaban, pese a que había autores materiales identificados, nunca fueron detenidos. Entonces decidimos juntar los casos en un solo paquete y los presentamos en la Fiscalía de Bogotá”.
¿Han recibido amenazas?
“Todavía no. La bancada del partido Cambio Radical, en el Concejo de Cartagena, armó un debate en noviembre del año pasado sobre el desfile diverso del Día de la Independencia. Los ediles alegaron que los niños eran vulnerables ante lo que pasaba en la marcha. Hasta nos sugirieron que saliéramos de la ciudad, acabáramos con las discusiones sobre sexualidad en los colegios y desfiláramos en la madrugada. La Alcaldía y la bancada del partido Por una sola Cartagena nos apoyaron”.
¿Y qué pasará cuando la alcaldesa se vaya?
“Judith Pinedo en persona nunca nos ha atendido. Es cierto que sus funcionarios hicieron una defensa firme de nuestra causa, pero vendrán otros y nosotros deberemos seguir. Con ese debate pusimos por primera vez al Concejo de Cartagena y a su bancada más conservadora a hablar todo el día de la diversidad sexual. Esa siempre será nuestra ganancia. Esta es una ciudad machista que está muerta de miedo de que algún día se caiga el velo y le toque aceptar que también es LGTB”.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Loca de letras

Mi vida está llena de hojas, ellas parecen en blanco. Digo parecen porque refundidas entre tanto silencio se esconden las palabras. Todas ellas con un significado, similar al cargado por las canciones de mi mente y se levantan cada tanto para salir mientras voy en la calle, en el bus o en un día largo de trabajo. Muchos creen lo mío como una locura, pues me enamoro mucho, sufro con pasión demasiadas cosas y sonrío, sonrío durante la lluvia. El día de mi locura no tiene fecha, ni explicación. No se las he buscado, no lo he necesitado todavía. La gente espera ideas, frases o respuestas sagaces, como si yo fuera una especie de mente rápida, siempre a la defensiva y con algo para decir. Cansada estaba de tantas exigencias y poco a poco me fui callando, resumí mis significados a simples contextos. A las palabras las volví pausadas, lentas, repensadas, luego a las más virulentas las abandoné de repente. Las fui escribiendo en retazos de las hojas en blanco y me volví coleccionista de mis propios signos. Era importante para algunos comprenderme, descifrarme en medio de tanto papeleo. Las hojas fueron llegando, los lapiceros, los lápices, también se acumularon en mi escritorio. Llegaron los libros, la música, las largas conversaciones, pero mis palabras no llegaban. Se resistían en mi pecho, en mi mente, en mis lágrimas. Habitaron todas en mi boca, en mi respiración y salían por teléfono, con algunas copas de vino y un ron traicionero. El lápiz alcanzaba si mucho para decir un número de teléfono, una dirección, un correo. El nombre de un hombre interesante, de una mujer para una próxima tertulia. Y suave, sin empujarlas mucho se refugiaron en las orejas de las hojas. Por allí pude ver a yerbabuena. Mi palabra favorita del español, porque me huele, me sabe y me trae recuerdos. Luego apareció sin pedírselo mucho presagio. De la mano se trajo a vaticinio, anuncio, señal. Parecía el fin del mundo. Sin proponérmelo terminé buscando alguna sin saber su nombre y le preguntaba a la gente hasta encontrarla. Hallada, la palabra se ponía en el borde de una servilleta, un cuaderno o una hoja ya usada. Las blancas se reservaban para los días buenos, para los soleados, sin prisas, sin presagios. Se iban ubicando tranquilas, esperando, esperándome solamente. Solitarias han tomado forma, hasta hoy, queriendo con esto unirse, en un esfuerzo por ser un relato, una unidad más allá de la reciclada legión. Mis palabras hoy quisieron ser una sola, quisieron entregarse por completo. Por lo tanto, alcanzarán a imaginarse el caldo de hojas, ácaros y polvo en cocción en estos momentos en mi escritorio.  

domingo, 20 de noviembre de 2011

20 minutos

Eran las 11:30 p.m., eso pensaba. Recordó el día en que su mamá la abrazó fuerte y cerró la puerta. No la volvería a ver nunca. Se fue a España detrás de una fantasía, la de un hombre extranjero que le daría la felicidad como si fuera un tesoro. 

 Después de recibir besos, abrazos y hablar de finales felices, volvió su mirada al reloj. Eran las 11:10 p.m. La vida le había devuelto 20 minutos para escribir. Ser sincera consigo misma de una vez y dejar de buscar en la aprobación social, la aprobación interna. Una que necesitaba desde el día en que se fue de su casa. No era culpa, tal vez sí, pero el narcisismo actual le indicaba que llegaba el momento del contacto.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Carta al viento

Por tu culpa me encuentro ahora escribiéndole a un extraño, que además está bien lejos, lejos desde que lo conocí. Pareces un marinero que viene a recogerme en un barco, pero no he podido estar a tiempo en el puerto. Revisa tu sirena que debe estar averiada, porque tal vez cuando yo la oiga no tendrás más remedio que dejarme subir. Me dejaré llevar fácil por un mar agradable, que me permita ser y no me exija más que serlo. Serás un marinero acompañado y quien sabe cuántos abrazos recibirás en el viaje.
Y te vas para que extrañe tus palabras, que son como mensajes de telegráfo, que me llegan por pedazos, cifrados, envuelto en lo que eres tú, que no he podido ver, ni tocar, ni pensar.
El 512 ha sido tu faro, para mí es como un guardián. Le preguntó cómo será tu espalda, si tus brazos son amplios, si caminas lento, si sonríes con los ojos. Y luego me resisto a verte, a pensarte, a recordarte, porque eres un desconocido, que llega por métodos extraños, con mensajes envueltos en sopa de fideos, comida de marineros. ¿Cuántos días llevarás naufragando o simplemente navegando sin rumbo? ¿Tendrá mi puerta cara de puerto, tendrá mi puerta el sonido de un muelle? Con agua, sin ella, con desencuentros que me generan raras sospechas. ¿Deberé alejarme yo? ¿Serás tú el puerto? Seré como un botecito a la deriva que anda buscando una isla, pero se agobia ante los archipíelagos. ¿Será esta la correcta analogía? Solo palabras para ocultar humanidades, palabras cotidianas y directas que se evaden. ¿Tendremos que viajar siempre entre un mundo tuyo que no parece concreto, que a veces creo prefabricado y poco tangible? Marinero, no te mueras en el mar, déjame conocerte, así sea para volvernos a perder.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Viaje o dar vueltas en profundo

Todos preguntaban cuál era el efecto, manada de imbéciles. Lo que yo quería era escribir, dar a conocer el oscuro agujero en el que mi vida circula. Y decidí hacer un viaje, volar alrededor de este miedo que producía vivir.

Quién se iba a imaginar que a este martirio de hombre se iba a acercar esa muñeca alta y rubia. Recuerdo que tenía solo un toque de rojo en sus labios carnosos… y ahora que aquí hace frío -¡Apaga la maldita música!- su recuerdo de noche de luna llena me calienta.
Claro, hacía un sol infernal como el que se siente hoy en Bahía. Como el balanceo de las garotas de esta playa, así, de repente, entró esa morena a mi alma. ¡Fuaz! Estrella fugaz, meteorito violento, cometa impaciente. No contó con que yo observara su paso, esa agilidad, y me viera pronto arrastrado tras ella.
La lluvia de París permite que un cachito de luna se filtre en el cielo. Pienso en su rostro blanco y la extensa cabellera negra que jugueteaba con mi piel. Las estrellas podrían ser los adornos del Carnaval. Ella bailaba con pasos cortos y sus senos se bamboleaban al ritmo de un cuerpo pequeño. ¿Y yo? Pues debatiéndomela con el canalla que intentara quitármela. Ni siquiera le importaba que la celara, le satisfacía un simple amarnos. Como lo hago ahora en todos lados, en este momento con su leve voz…-¡Apágala!
Sus taconcitos en Buenos Aries eran como el sonido de la nostalgia. Yo cargaba tristeza, pasado, pesado con todos sus recuerdos. Tal vez eso la aprehendía a mí. Paseábamos por los parques y ella con sombrerito rojo sonreía melancólica y pecaba redimida.
Con este viento ingrato que reclama lo que le quité, lloro su humanidad perdida entre la multitud, siempre agobiante, degradante y manipuladora que se llevó para siempre su cabello rojo y sus manos de marfil. Solo me resuena en Berlín con cada eco de los rincones de la ciudad: “Ich liebe dich”. No alcancé a responder el absurdo reclamo, di la vuelta para ver la hora en el Big Ben diciéndome que ya debía partir.
Quizá esa fue mi venganza, pero quién dijo que siempre sería dulce. Descubrí sus mundos y me reflejé pequeño en el vértigo de sus ojos, en los que caía rápido y sin remedio. Navegué en el fondo de su cuerpo, vertiéndome como el Nilo, que riega con su néctar toda la tierra dorada y deseosa.
Parado en Machu Picchu se me ocurre ella era misteriosa. Disfrutaba curiosearla, sentir, como en estas montañas, que hay aún un Dorado por descubrir y que las pirámides y el desierto inhóspito reflejaban su grandeza.
-          ¡Maldita sea, que apagues eso!
Ella eran todas convertida, era mi universo de amada. Puede ser agua, puede ser fuego. Varía según mi estado de ánimo. Prendo el televisor y ella es la delgada de mirada azul profundo que habla con Sean Connery. Aunque ignore que la veo, sabe quién soy yo.  Es todas, pues siempre es la misma, que con rubor de años 40 me despidió en un aeropuerto de África. Esa que con los zapatos zancones se trepó en una carroza del reinado de la papaya.
Fuerte como el vikingo que olvidó su mundo tras el mar y me descubrió para olvidarme. Como una América dejó sus restos en mí para que jamás negara su primer paso en tierra nueva.
Qué desolado se siente Viena. Como me estorban los turistas en Venecia. El hastío que da un estadio lleno en Milán. ¿Para qué atravesar el mundo, si es adentro que no está?
Sea Grecia, Roma, Bélgica o sus pedazos que se pegan de otros lugares. Sigo solo a las - ¡Apágala. No más! - 3:00 a.m. o a las 10:00 a.m. Es un vivir sin ella. Me importa un pepino tanto puente, el fútbol, las bombas, el desolado Machu Picchu con su antigua esfinge. Y la playa de Berlín junto al Carnaval de Buenos Aires y ese tango casi escible de Bahía.
 ¿Para qué estar en todo un mundo al tiempo, sin saber si quiera quién carajos se es? Tanta gente, tanta masa y solo importa una existencia insondable.
Descubrí al fin el efecto, quiero la confusión en mi vida. – ¡Y apaga de una vez esa estúpida música!-.

jueves, 27 de octubre de 2011

Vulnerabilidad de los mundos posibles

Los mundos posibles son exigentes, requieren de sencillez, humildad y exhibición. Para pasar pruebas arduas como las que diseña el miedo y la defensa, los mundos posibles deben poseer carácter, una cualidad difícil, si se tiene en cuenta que estos tienen la consistencia de un pan de maíz.
A medida en que se digiere, el mundo posible se va desboronando, deja sus piezas en el camino y corre, siempre, el riesgo de perder su existencia.
La teoría explica con detalle la fragilidad de este ente. “Es casi intocable, porque deja el punto neurálgico al descubierto. Es insondable pues muta gradualmente, esa característica solo se percibe en micras. Tiene, sin embargo, capacidad para abarcar el tiempo, aunque nunca se sabrá si es por su poder de persistencia o la voluntad de quien le sueña”.
La participación de sujetos en el mundo posible es muy importante. La medida justa implica máximo a dos, sin desconocer que logra multiplicarse. “Todo depende de la ruptura de las constantes universales”.
La trascendentalidad de estos mundos depende, paradójicamente, de su simplicidad. Nadie sabe en qué momento adquiere elementos como la cotidianidad, engranajes invisibles como la rutina y la intimidad.
La intimidad es a la vez el punto fuerte  y el talón de Aquiles de un mundo posible. Si se aventura una descripción, el sujeto estudio presenta aquí un mundo cargado de elementos que recolectó con esfuerzo. Retazos de personas desconocidas, uno que otro ingrediente extraído de su entorno social. Cobra vitalidad cerca de las 6:00 p.m., pero tiende a desvanecerse en las madrugadas. Trata de crearlos en días hábiles y logra que se vean claros los fines de semana.
El sujeto disfruta de las conversaciones nocturnas, es un ser taciturno, que se resiste a su naturaleza e intenta ser funcional en el día. Labora cinco días a la semana, duerme seis, coexiste en siete, vive por diez.
Los mundos florecen entre las vivencias de tiempos paralelos. Una sorpresa, el cruce del mundo posible de otro sujeto o la convivencia de múltiples en un instante será clave para concretarlo y transformarlo en otra cosa o para que simplemente se deshaga en un soplo.
Se esperan nuevos resultados de este análisis.

martes, 18 de octubre de 2011

Tiempo y silencio

Las historias arrancan por el principio, pero la mia contará hoy mi final.
Se me hace que entre la reflexión, la nostalgia y el contacto humano nace la idea de pensar en la muerte.
Escogí, por ejemplo, la canción de mi funeral. No espero multitudes, ni más llantos de mi gente. Que me llore quien me tenga que llorar. Quien se haya reído conmigo a rabiar, quien me provocó lágrimas de alegría y el que soportó la explosión de mis carcajadas acompañándolas.
Ojalá sobren abrazos y sonrisas sinceras, cosas en las que creo firmemente.
Tal vez aparezca el que quiera decir un discurso. Si es elocuente y tiene buen humor, déjenlo, pero jamás permitan al fanfarrón o al mentiroso hablar en mi nombre.
No son muchas las flores, me gustaría que volarán miles de aves, que se contaran sueños locos como mi hamaca voladora, los antojos inoportunos de tamal, las noches de ella baila sola. El ataque español, los viajes a Riosucio, el invierno en motocicleta. La Habana, Cartagena, la vuelta a San Andrés en bicicleta.
Dirán de mi cama libertaria, las siestas de los sábados, los besos detrás de las puertas. Los loiros de mi vida y los ojos pardos de mi abuela.
Cuando todo se acabe y me lleven a las llamas, sonará Tiempo y Silencio.
Porque habrá música el día de mi muerte, se hablará del eclipse de luna en el que nací. Las historias de mi abuelo, el de los boleros. Como me fluían las lágrimas bajo cualquier injusticia.
Mi sueño pesado tras los aguaceros. Quisiera risas, diversas, como la gente que me acompañará ese día, al final de mi compromiso con la vida.

domingo, 9 de octubre de 2011

Trasnochada en mis ciudades

A esta hora llueve en Manizales. Falta algo para la medianoche de un domingo cualquiera. El insomnio ataca y me levanto, vencida de pelear contra el sueño que no llega. Dicen que tengo desórdenes del sueño, es decir, mantengo somnolienta durante el día, la siesta del sábado es mi momento preferido, pero a la hora de recargar para la productividad mi cerebro quiere trabajar antes de lo esperado. El resultado de un domingo de insomnio, será siempre una larga semana de adormecimiento. Un viernes insufrible y un sábado en el que me despierto antes del amanecer. Un ciclo que llevo años tratando de romper y alimentando, al mismo tiempo.
Me gusta mi trabajo, soy periodista investigativa o investigadora. Manejo la unidad que cada día se llena de papeles, pruebas, archivos y una presión mental interna, añadida a la de la idea de productividad y justificar el sueldo. Aún así lo disfruto, me da la adrenalina que necesito, satisfacción que llaman. Y de vez en cuando puedo levantar mis brazos y hacer una simbólica danza de la victoria. Victorias pequeñas las mías, pero me dan gozo.
A la presión externa la llamaremos ‘mi jefe’, que espero se convierta en lector de este blog, sobre todo porque ya lleva muchos días insistiéndome en que escriba de lo que se me dé la gana.
Íbamos en que me levanté y estaba lloviendo. Por lo general el sonido de un aguacero nocturno me arrulla, pero en este caso solo me brindó un paisaje. Busqué el frasco de valeriana, que tengo escondido en las gavetas para casos de emergencia, me tomé 20 gotas, a pesar de que se venció en mayo de este año. (Anotación mental comprar otro frasco). Y mientras me tomaba el néctar de Morfeo, miré por la ventana siempre abierta. Es la ventana de mi hamaca. De ella hablaremos otro día.
No había nada, la ciudad desierta, ni un carro. Los túneles vacios. Pensé: si me diera por correr desnuda por la avenida nadie se daría cuenta y me daría una pulmonía. Luego miré los edificios y vi que varias luces seguían aún prendidas. Así que la colonia de trastornados del sueño está creciendo. Luego pensé en este blog, que desde hace días está pendiente y ahí vi mi deporte favorito, el placer profundo de mis pies y de mis ojos: Las ciudades.

No solo porque es la ranchera que más me gusta, y la que inspiró el título del blog. Las ciudades hacen parte de este universo que soy. Como periodista, como mujer, como curiosa. Me gusta el asfalto, las avenidas, la velocidad, la gente, los getos, lo que no se ve, lo evidente. Los territorios de miedo, de placer y de espiritualidad. La mía es un laboratorio de ciudad, tiene todo en pequeño, le faltan grandes cosas y pues claro, tiene mucho de pueblo. En este caso yo también tengo mucho de pueblo, así que hablaré de ellos, porque hacen parte de mi urbe. No voy a armar una discusión sobre el término o la teoría urbana, ni mucho menos la antropología. Me cansé de ser seria hace rato. Mi trabajo es ser seria y esto lo hago por diversión. Me gusta contar historias, como esa en la que me levanté tarde en la noche, para tomar valeriana pasada y ver cómo llueve en mi pequeña urbe por la ventana de mi hamaca. Bienvenida yo y bienvenidos ustedes. Se trata de hablar cháchara. En el diseño me ayuda un amigo y las fotos algunas son mías, otras de mis viajes tomadas por otros. Lo bueno de las ciudades es que las viejas, las actuales y las nuevas harán de mi escritura una amplia posibilidad de combinaciones.