Por tu culpa me encuentro ahora escribiéndole a un extraño, que además está bien lejos, lejos desde que lo conocí. Pareces un marinero que viene a recogerme en un barco, pero no he podido estar a tiempo en el puerto. Revisa tu sirena que debe estar averiada, porque tal vez cuando yo la oiga no tendrás más remedio que dejarme subir. Me dejaré llevar fácil por un mar agradable, que me permita ser y no me exija más que serlo. Serás un marinero acompañado y quien sabe cuántos abrazos recibirás en el viaje.
Y te vas para que extrañe tus palabras, que son como mensajes de telegráfo, que me llegan por pedazos, cifrados, envuelto en lo que eres tú, que no he podido ver, ni tocar, ni pensar.
El 512 ha sido tu faro, para mí es como un guardián. Le preguntó cómo será tu espalda, si tus brazos son amplios, si caminas lento, si sonríes con los ojos. Y luego me resisto a verte, a pensarte, a recordarte, porque eres un desconocido, que llega por métodos extraños, con mensajes envueltos en sopa de fideos, comida de marineros. ¿Cuántos días llevarás naufragando o simplemente navegando sin rumbo? ¿Tendrá mi puerta cara de puerto, tendrá mi puerta el sonido de un muelle? Con agua, sin ella, con desencuentros que me generan raras sospechas. ¿Deberé alejarme yo? ¿Serás tú el puerto? Seré como un botecito a la deriva que anda buscando una isla, pero se agobia ante los archipíelagos. ¿Será esta la correcta analogía? Solo palabras para ocultar humanidades, palabras cotidianas y directas que se evaden. ¿Tendremos que viajar siempre entre un mundo tuyo que no parece concreto, que a veces creo prefabricado y poco tangible? Marinero, no te mueras en el mar, déjame conocerte, así sea para volvernos a perder.
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