Mi vida está llena de hojas, ellas parecen en blanco. Digo parecen porque refundidas entre tanto silencio se esconden las palabras. Todas ellas con un significado, similar al cargado por las canciones de mi mente y se levantan cada tanto para salir mientras voy en la calle, en el bus o en un día largo de trabajo. Muchos creen lo mío como una locura, pues me enamoro mucho, sufro con pasión demasiadas cosas y sonrío, sonrío durante la lluvia. El día de mi locura no tiene fecha, ni explicación. No se las he buscado, no lo he necesitado todavía. La gente espera ideas, frases o respuestas sagaces, como si yo fuera una especie de mente rápida, siempre a la defensiva y con algo para decir. Cansada estaba de tantas exigencias y poco a poco me fui callando, resumí mis significados a simples contextos. A las palabras las volví pausadas, lentas, repensadas, luego a las más virulentas las abandoné de repente. Las fui escribiendo en retazos de las hojas en blanco y me volví coleccionista de mis propios signos. Era importante para algunos comprenderme, descifrarme en medio de tanto papeleo. Las hojas fueron llegando, los lapiceros, los lápices, también se acumularon en mi escritorio. Llegaron los libros, la música, las largas conversaciones, pero mis palabras no llegaban. Se resistían en mi pecho, en mi mente, en mis lágrimas. Habitaron todas en mi boca, en mi respiración y salían por teléfono, con algunas copas de vino y un ron traicionero. El lápiz alcanzaba si mucho para decir un número de teléfono, una dirección, un correo. El nombre de un hombre interesante, de una mujer para una próxima tertulia. Y suave, sin empujarlas mucho se refugiaron en las orejas de las hojas. Por allí pude ver a yerbabuena. Mi palabra favorita del español, porque me huele, me sabe y me trae recuerdos. Luego apareció sin pedírselo mucho presagio. De la mano se trajo a vaticinio, anuncio, señal. Parecía el fin del mundo. Sin proponérmelo terminé buscando alguna sin saber su nombre y le preguntaba a la gente hasta encontrarla. Hallada, la palabra se ponía en el borde de una servilleta, un cuaderno o una hoja ya usada. Las blancas se reservaban para los días buenos, para los soleados, sin prisas, sin presagios. Se iban ubicando tranquilas, esperando, esperándome solamente. Solitarias han tomado forma, hasta hoy, queriendo con esto unirse, en un esfuerzo por ser un relato, una unidad más allá de la reciclada legión. Mis palabras hoy quisieron ser una sola, quisieron entregarse por completo. Por lo tanto, alcanzarán a imaginarse el caldo de hojas, ácaros y polvo en cocción en estos momentos en mi escritorio.
Flaca... te comparto, no con tantas hojas pero sí con la locura, con mi banderita y las ideas arrumadas de tanto sentir que no encuentran como ser entendidas...
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