domingo, 9 de octubre de 2011

Trasnochada en mis ciudades

A esta hora llueve en Manizales. Falta algo para la medianoche de un domingo cualquiera. El insomnio ataca y me levanto, vencida de pelear contra el sueño que no llega. Dicen que tengo desórdenes del sueño, es decir, mantengo somnolienta durante el día, la siesta del sábado es mi momento preferido, pero a la hora de recargar para la productividad mi cerebro quiere trabajar antes de lo esperado. El resultado de un domingo de insomnio, será siempre una larga semana de adormecimiento. Un viernes insufrible y un sábado en el que me despierto antes del amanecer. Un ciclo que llevo años tratando de romper y alimentando, al mismo tiempo.
Me gusta mi trabajo, soy periodista investigativa o investigadora. Manejo la unidad que cada día se llena de papeles, pruebas, archivos y una presión mental interna, añadida a la de la idea de productividad y justificar el sueldo. Aún así lo disfruto, me da la adrenalina que necesito, satisfacción que llaman. Y de vez en cuando puedo levantar mis brazos y hacer una simbólica danza de la victoria. Victorias pequeñas las mías, pero me dan gozo.
A la presión externa la llamaremos ‘mi jefe’, que espero se convierta en lector de este blog, sobre todo porque ya lleva muchos días insistiéndome en que escriba de lo que se me dé la gana.
Íbamos en que me levanté y estaba lloviendo. Por lo general el sonido de un aguacero nocturno me arrulla, pero en este caso solo me brindó un paisaje. Busqué el frasco de valeriana, que tengo escondido en las gavetas para casos de emergencia, me tomé 20 gotas, a pesar de que se venció en mayo de este año. (Anotación mental comprar otro frasco). Y mientras me tomaba el néctar de Morfeo, miré por la ventana siempre abierta. Es la ventana de mi hamaca. De ella hablaremos otro día.
No había nada, la ciudad desierta, ni un carro. Los túneles vacios. Pensé: si me diera por correr desnuda por la avenida nadie se daría cuenta y me daría una pulmonía. Luego miré los edificios y vi que varias luces seguían aún prendidas. Así que la colonia de trastornados del sueño está creciendo. Luego pensé en este blog, que desde hace días está pendiente y ahí vi mi deporte favorito, el placer profundo de mis pies y de mis ojos: Las ciudades.

No solo porque es la ranchera que más me gusta, y la que inspiró el título del blog. Las ciudades hacen parte de este universo que soy. Como periodista, como mujer, como curiosa. Me gusta el asfalto, las avenidas, la velocidad, la gente, los getos, lo que no se ve, lo evidente. Los territorios de miedo, de placer y de espiritualidad. La mía es un laboratorio de ciudad, tiene todo en pequeño, le faltan grandes cosas y pues claro, tiene mucho de pueblo. En este caso yo también tengo mucho de pueblo, así que hablaré de ellos, porque hacen parte de mi urbe. No voy a armar una discusión sobre el término o la teoría urbana, ni mucho menos la antropología. Me cansé de ser seria hace rato. Mi trabajo es ser seria y esto lo hago por diversión. Me gusta contar historias, como esa en la que me levanté tarde en la noche, para tomar valeriana pasada y ver cómo llueve en mi pequeña urbe por la ventana de mi hamaca. Bienvenida yo y bienvenidos ustedes. Se trata de hablar cháchara. En el diseño me ayuda un amigo y las fotos algunas son mías, otras de mis viajes tomadas por otros. Lo bueno de las ciudades es que las viejas, las actuales y las nuevas harán de mi escritura una amplia posibilidad de combinaciones.

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