miércoles, 5 de diciembre de 2012

El bichito

Y si tal vez te conviertes en un bichito, en un grillo de esos que te rodean. Te vienes volando hasta llegar a mi casa, avanzas pisos arriba y aprovechando estas noches de frío te metes entre mis cobijas y te transformas en uno de tus yos. Me haces el amor. Luego de llenarme con tu calor, regresas a ser bicho y retornas volando a tu hábitat. 

sábado, 8 de septiembre de 2012

Lo que quiero

Quisiera ser su amante
esa a la que vuelve después del cansancio
la que encuentra en la casa cocinando una receta extraña
a la que le cuenta en la noche lo que le preocupa en el día
el cuerpo que le atrae desde cualquier lugar del mundo
en el que quiere refugiarse del frío, de la pesadumbre, de las multitudes
Ser esa negra que le envuelve
la que sabe que le espera con café recién hecho
o la que le despierta ansiedad después de una separación.
Y me duele no ser esa
la que lo trasnocha
la que desea con el vientre y con el alma
Porque quisiera serlo, poner mi empeño en encapricharle
en oirlo, en besarlo, en quererlo
Lo encontré porque la casualidad no espera oportunidades
y quisiera tener más fortaleza para retirarme con dignidad 
tomar mi propio camino, seguir mis propios caprichos
Me sorprende cómo se entronó en mi vida
Me soprende cómo sueño con ser parte de la suya
Pero en cuestiones del amor soy derrotista
No desencantada, ni cínica.
Así que rezo todos los días para resignarme pronto
Para entender que mi deseo es pura fantasía
Tenga claro que no me caben rencores
Tenga claro que mi cariño es auténtico, 
tan genuino que me ha conocido dócilmente
Mis maletas siempre están detrás de la puerta
Sin embargo, no hay agüero para espantarle 
Sepa que lo quiero mucho
Me aterra, ya lo sabe, quererle como hace tiempos no lo hacía
Uno se acostumbra, uno se acostumbra, me digo mientras intento alejarme.

jueves, 2 de agosto de 2012

Atrapado en mi vientre


Traigo un orgasmo guardado en las entrañas y a veces, cuando camino, siento que se me cae.

Es como un filo que punza hacia abajo, otros días lo llevo como un peso de agua que en cualquier momento se escurrirá entre mis piernas. 

No es una molestia, pero sí un rubor que ilumina la sonrisa, que se cuela en las charlas aburridas, una ansiedad que no se quita así mueva los pies con frecuencia.

Cuando voy por la calle, pensando en las compras, ahí, justo en el vientre se enciende. Sin la chispa de un recuerdo, un amor lejano o la mirada de un desconocido.

Me llena de cosquillas, de carcajadas solitarias. Un silencio tan sólido, tan mío.  Parece que busca el camino a un gemido, un chiste malo que le dé permiso para escapar.

No sé si lo retengo a propósito, si tenerlo atrapado hace mi vida más interesante. Cautivo en el vientre es solo mío. Es el orgasmo que traigo guardado.


miércoles, 27 de junio de 2012

Una vez me enamoré


Una vez me enamoré de un oso, me daba besos gigantes, era amable y siempre me cargaba. Un día lo cazaron, mi oso se fue para siempre.

Otra vez me enamoré de un tiburón. Devoró de mí casi cada parte de vida y sobreviví de milagro. Tuve miedo del mar por un tiempo.

Estuve enamorada de un turpial, y me cantaba al oído cosas lindas. Imposible de asir, imposible de abrazar, imposible de besar, imposible de amar. Voló.

Estuve enamorada de un guepardo. Corrimos juntos, me hacía reír con frenesí. Todo fue frenético, en el camino lo perdí.

Me enamoré de un pavo real. Era el ser más bondadoso, más compasivo, pero el resplandor de sus plumas me cegaba. Nunca más lo volví a ver.

Recuerdo que me enamoré de un pato salvaje. No teníamos paraje, un día estaba, otro me escribía de más lejos, de más cerca. Lo quise con el alma, no sé si el corazón errante sabe querer.

Conocí una vez un león. Y le veo más su alma que su melena. Ruge y luego ni se siente. Una vez me enamoré de un león…



lunes, 11 de junio de 2012

Mujeres con la vida de bolero


A mis abuelos, "El negrito aquel" y "La de los ojos pardos".

"Caricaturas del frío en una fracción del cuerpo que se ha transformado en la cursi excusa de un encuentro en las aldabas de un pueblo que ya extraño. Y el pueblo lo compone la gente y, por bueno o malo vos sos una gente, como te lo he dicho". S. Sánchez


En este oficio cantarle al amor es casi un asunto de machos. Hay que soportar el frío de las madrugadas, los riesgos de la calle y el rigor de trasnochar todas las semanas. Sin embargo, Esneda Ramos y Nancy Aragón se abrieron paso en un gremio en el que el 90 por ciento son hombres y se convirtieron en serenateras.
“En este trabajo de vez en cuando hay que aplicarse sus traguitos, porque cuando toca, toca”, dicen estas dos cantantes de la noche. Entre sí se conocen poco, pero sus carreras artísticas comenzaron de forma similar.
A los 19 años, Esneda participó en La hora de los aficionados de Radio Cartago con Arráncame la vida, versión de Toña la Negra. Ganó 10 mil pesos y una carta que la acreditaba como profesional para cantar en cualquier emisora y, por supuesto, para cobrar por dar serenatas. Eso fue hace 50 años.



A Nancy la fama le llegó en 1966. Tenía 18 años y trabajaba como tiquetera en la empresa Transflorida de Cali. Mientras tarareaba ‘Quisiera ser la fina Madreselva’, un par de músicos que la oyeron la invitaron a cantar en La voz de Cali.
En la primera serenata Nancy ganó 700 pesos y ahora cobra 90 mil por hora. Esneda y su trío cobran 150 mil pesos por una hora de 14 boleros. Ambas reparten el dinero con sus acompañantes y dan una cuota para el centro artístico que las acoge por las noches.
Están dedicadas a componer el amor de otros entre aguardiente, whisky y ron. Y a si suene a contradicción, Esneda nunca ha intentado arreglar los sufrimientos de su corazón. A los tres años de estar casada con un carnicero, que le prohibió dar serenatas, decidió irse con su hijo y volver a la música. “Jamás busqué otro hombre”, cuenta. Reafirma con seguridad que a sus 69 años está muy vieja para que la anden conquistando.


La historia de Nancy fue distinta. En uno de los centros artísticos donde trabajaba conoció a Lucho Puertas, un puntero que cantaba solo. Él le propuso que fuera su guitarra marcante y también su melodía. Así conformaron un dueto que ya cumple 14 años de matrimonio.

“Mujer, ni de riesgos”
“Este gremio es muy machista. Si no se es mujer de un músico, no la reciben en un centro”, asegura Nancy.
“Una mujer, ni de riesgos. Usted disculpe, pero mi esposa es muy celosa”, le han dicho los clientes a Esneda. Con calma ella les pide que la dejen cantar primero. “Así me los convenzo y me gano la serenatica”, agrega.
La jornada a veces termina a las 4:00 a.m., pero a las 8:00 a.m. están en pie para cumplir con las labores del hogar.  “Claro que ese trote ya no es como cuando era joven.  A eso de la 1:00 p.m. empiezo a cabecear”, explica Esneda.  
 Su hijo ahora está en España y le prometió que apenas se organice le girará para que se retire de la vida artística.
A Nancy no le da miedo quedarse sin voz, porque ha negociado de todo, desde ropa hasta empanadas.
Por ahora siguen soportando el frío de la madrugada y amando su oficio con la pasión de un bolero. 


Texto publicado en El Tiempo Cali el 4 de mayo de 2004. 


sábado, 2 de junio de 2012

Carreteras en el aire


"Y dos nos subíamos a un patín (ni sé cómo cabíamos) y nos tirábamos pendiente abajo sin importar lo que halláramos en la esquina."

Esquivé la niebla con fracasos repetidos y al dejarla atrás juré nunca volver. Y así se va moviendo este cochecito en el que me empacó la vida. Tiene el color quemado, tostado por los días soleados y se escarcha siempre al pasar por el nevado. - Ahí viene la nube. Un momento, primera otra vez-.

Cree uno que el camino es solitario, pero flotan por ahí pedazos de sueños ajenos, algunos se recolectan para combustible, porque aquí en el aire todo se recicla.  Somos ecológicos con las ideas alocadas, las utopías, las batallas contra molinos y los calores de una noche. A veces falla. - Un momento, viene un ave, por poco y se choca contra el parabrisas. Son comunes, pero hay que dejarlas ir, ¿no?, son aves de paso -.
 
Que sí, a veces me encuentro con otros choferes. Son pocos realmente, pero hacen buena compañía. Los puedo contar con los dedos de la mano. Nunca ayudan a la hora de cambiar llantas, que eso acá es todo un riesgo. No hace falta explicar por qué es peligroso tan solo bajar el gato para levantar el carro.

Yo no sé por qué llegué. Supongo que mis papás eran hippies, supongo. De niña podía jurar que en vez de caminar volaba. Iba con la empleada del servicio a la cocina y me arrojaba por la terraza. Cuando menos pensaba los pies estaban elevados. Eran tiempos maravillosos en el aire.

El carro lo compré, creo que es de segunda, pero me lo vendieron como de primera. Le puse Alma Vieja. Y cuando emprendí el primer viaje ya no me quise bajar. Claro que tiene sus problemas, no falta el que lo quiera jalar a uno. ¿Pero sabe?, estos coches no funcionan en la tierra. No lo he intentado ni una vez, creo que las refacciones no aguantarían. 

Y no es que andar por acá sea cosa fácil. Usted dirá que hay menos rozamiento, lo que no es cierto. El viento golpea fuerte y las noches son duras. Además el cuerpo agarra una necesidad de suspensión. A veces bajo a visitar a la gente normal, y con cualquier cosa me mareo.  Por eso tengo hamaca, ve, uno siente que no está en la tierra y lo recogen desde el cielo. 

Tampoco me gusta esa frialdad de las personas que abusan de nosotros los conductores aéreos. Yo poco pasajero he llevado, porque apenas les abro la puerta van es mostrando las ganas no más de montarse, darse un paseo y magullar la cojinería. Nooo, esa gente que se quede allá abajo
.
Este tipo de vida tiene su exigencia, su compromiso. Yo sé que la gente normal cree que nos elevamos no más de sobrados. Que somos los creídos del cuento. Cosa más errada. Acá hay que ser responsable, mantener el combustible, porque una caída es mortal. Si toca manejar de noche se le hace, sin importar que a uno se le quite el hambre. Claro, hay días que uno tiene energía como para recorrer el mundo entero, pero ese trote no se lo aguanta un compañero, por eso la mayoría de las veces toca manejar solo.

Tenemos nuestros métodos de comunicación, no hace falta revelarlos. De vez en cuando se engancha uno con gente de la tierra. Ah, no me haga hablar de eso, porque se me alborotan las ganas de bajarme.

Sí, yo sé que hay alguno que se le quiere medir al viajecito, pero yo le recomiendo que se consiga su propio coche, nadie puede ir cómodo de pasajero cuando de conducir en el aire se trata. Sin embargo, los compañeros de carretera se gozan mucho el recorrido, pueden ir de un lado al otro, traer combustible que flota por ahí y compartirlo. Todo muy técnico y así no se da el hambre, ya sabe como es de duro por acá.

Bueno, no siendo más, me disculpa. Le voy desinflando los globos para que se vaya a la tierra a escribir sobre mí. Adiós pues.


domingo, 27 de mayo de 2012

Desagravios para un Quijote


Jamás he podido ser un Sancho, el papel del escudero me empezó a quedar grande con el tiempo. No le echo la culpa a mis quijotes, que en el camino han sido pocos. Le achaco mi incapacidad a las batallas. La dificultad que tengo para adaptarme a lo colectivo, el amor de grupo se me disuelve fácil. Llevo toda una vida con un gen activo, ese que va en contra de lo que huela a rebaño, a manada.

Mi primer Quijote fue más un guía, me llevó por caminos de locura, de alucinaciones y fervientes convicciones religiosas. Un día nos emborrachábamos hasta la médula, al otro ayunábamos para pagar pecados. Por la emoción, por la cantidad de bichos raros que nos encontramos en el recorrido, por poder fugarme de mi casa, amé a mi Quijote, le creí con vehemencia y lo seguí, casi, casi hasta el mismísimo manicomio. Vaya a saber uno si por sensatez o por simple agotamiento desistí de la marcha y encontré mi propia aventura. Nunca me lo perdonó, de vez en cuando me cuenta sus recorridos, me hace saber que la campaña terminó con mi partida. Poco nos vemos, lo sigo queriendo mucho.

Pensé que no hallaría de nuevo otro caballero hidalgo. Parece ser que una parte de mí busca a uno bueno, lo que sucede es que entra en conflicto con la parte que se dedica a la rebeldía. Un día abandoné una hazaña y desde lejos pude ver esa expresión de tristeza, una cara de decepción y lo supe: otra vez alguien me vio lo Sancho.

No tendré la panzota, ni monto en burro, pero digo todo cuanto se me ocurre y la lealtad es la raíz de mi carácter, cosa que a veces se me convierte en un defecto.  Entonces este ser, salido de un mundo lunático lleno de metas, ganas de cambiar el mundo y una ideología enrevesada, me encontró. Lo vi primero riéndose a escondidas de mis ocurrencias. Un día cualquiera me participó de una causa. Como lo de desfazer agravios me cansa tanto, pronto desistí. Eso sí, siempre le fui fiel y corrí a sus mandatos. Esta última era una invención a mi medida, hecha justamente para que lo siguiera en un recorrido de pinta divertida. Como mi alma me lleva la contraria hasta en lo más pequeño, renunció al proyecto, buscó el medio de transporte más rápido para la época y huyó con un viejo enamorado de mis cabellos. Y ahí va la decepción del de la triste figura.

Tal vez se encuentre al leer este relato absurdo. Aprovecharé para decirle que abandonar las causas no significa dejar de creer en quien las dirige. Que mi lealtad no tiene límites, pero mi personalidad me arrastra y se dedica a cuidarme de esa relación delirantemente hermosa. Jamás seré un Sancho, pero sin duda, siempre tendré una parte de mí que da muestras de ser un buen escudero.   

domingo, 13 de mayo de 2012

Mis diez mujeres

Para el niño al que atacó una estrella


Cuidado conmigo. Soy diez mujeres y apenas se están poniendo de acuerdo. Por eso le advierto que se aleje, que se busque por ahí en el mundo una mujer menos densa.
Una que sea distinta a esa que renunció al resguardo indígena el día en que su abuela le enseñó a garrotazos que la montaña ya no era su refugio. Su futuro estaba en la ciudad y tratará de aprender algo, solo para regresar fortalecida.
Ni se le acerque a la que se queda horas en la ducha. La que espera que el recorrido del agua caliente por su piel le ayude a resolver los grandes dilemas del día, como qué recado hacer primero o cómo dejar atrás un mal amor.
Porque esta, a pesar de ser exuberante en formas, no soporta los piropos de los obreros de la calle. Se embarca en revoluciones pequeñas y abre la boca cuando quiere llevar la contraria, sin importar a quién. Llora con las películas de guerra, defiende el género humano y se ofende ante los crímenes de poder.
Ella le mirará con malicia, balanceará las caderas cada vez que pase por su lado y con la vista fija  en los ojos le dirá cuanta cosa se le cruce por la cabeza. Le pedirá el placer a su manera y no se deje engañar porque le gusta mandar. Y así mismo, como es de apasionada, cuando estén en desacuerdo sacudirá las manos, subirá el tono de la voz y no le importará que le diga inmadura o niña. Porque esta señor, esta ama el conflicto.
Debería acostumbrarse a los terribles comentarios de: “ahí va la niña negra, que es la franqueza en pasta”.
Tome distancia de la que ríe a carcajadas, cuenta chistes en público y gana la simpatía de los extraños. Cuando llueve no quiere nada. Su sangre caliente se apaga y solo le gusta retozar entre sábanas, mientras de fondo suenan voces graves de cantadoras. El frío le duele, porque el calor le da un efecto colectivo, un navegar en multitudes que engolosina. Es ingenua y sensual sin proponérselo, por eso no se aterre que sea incapaz de decir malas palabras en lugares distintos a la cama.  
Tiene el genio del artista, se unta las narices en todos los olores, los sonidos y los ruidos. Disfruta distinguir unos de otros. Lo salpicará de óleos, de notas, siempre tendrá una canción para cada momento. No se confíe, esta, es la difusa.
La pequeña blanca de este laboratorio interno tampoco es la más confiable. Digo pequeña porque es la de menos experiencia. Tiene el cuerpo menudo, pero que no le engañe, sus caderas son anchas, fruto de una endemoniada combinación ancestral. Su mirada está perdida, como la de su abuela desconocida. Mira desde su altura con tranquilidad, sin sentirse propia, sin ser extraña. Es peligrosa: carece de miedo.
En medio de ellas estoy yo. Capaz de armar una maleta con todas ellas en quince minutos para un viaje que tome un mes sin ningún rumbo. Estaré entre cabellos lacios, crespos o dorados. No me verá hasta reconocerlas. Con sus plantas sucias por el piso de tierra y sus dedos apretados por los zapatos de tacón.  Los senos morenos como si siempre anduvieran al aire y las piernas fuertes por levantar niños en la espalda.
Soy yo, la que le bambolea las caderas, la de coquetería de ojos oscuros. Se me escapa la carcajada y ahí estoy, hablando duro. Prepárese para una maldad infantil que siempre se está maquinando en mi cabeza. Aléjese del deseo del primer beso sin dar.
Debería quedarse cada una en su tierra, en su tiempo, con su historia, pero ya he decidido dejarme gobernar por el mestizaje.   

martes, 17 de abril de 2012

Envuelta en devenir

Un día empaqué mi maleta, ropa de invierno, ropa de verano y ropa para la humedad. Cuadernos, libros y un lapicero nuevo. Arranqué mi marcha hasta donde quise y corrí tanto, que mirar atrás y ver cómo iba dejando todo sin poder agarrar siquiera lo que venía me dio placer absoluto.
 Así quería mi vida, ver pasar, sentir cambiar, dejar ir. Sin asir nada que no tuviera el don de la perdurabilidad, que al final no es mucho ni pesa tanto. La liviandad se tomó mi vida y el camino, el aire y el agua fueron mi trayectoria.
Una mañana estuve en tres ciudades distintas a la vez. Recorrí pasos en murallas viejas y hablé con cuanto extraño se me cruzó. Fui tan feliz. Sonreía sin explicármelo mucho y al parecer la simpatía de los demás me la gané simplemente porque el miedo se me refundió entre tanto devenir.
Devenir, devenir, devenir…
De vuelta en alguna parte, cumpliendo un sueño de la adolescencia, sentí el dolor en cada hueso. No tenía ya nada en la cabeza y el corazón estaba exhausto de tanto gozo. La dicha también produce cansancio. Llegué por fin a la cama y con la calidez de un destino dije para mis adentros, ya no quiero viajar más.
 Hallado un nuevo reposo dormí una tarde entera, sin poder ver bien lo que pasaba. Calor, tranquilidad y descanso. Pero mis caderas no se ajustaban a una cama diferente, cada ciudad era tan distinta, tan distante a una que de a poco se hizo mía. El estómago extrañaba, hacer falta, echar de menos, hogar. Lo propio, lo mío. Que viene siendo como un llamado.
Último viaje a una familia unitaria, compuesta por otros tejidos que apenas recuerdo cuando los voy tocando. Tangibles, se van convirtiendo en la versión mía que más disfruto, la auténtica, la autónoma, libre, también, descubierta en un viaje interno, tan agotador como el que se va al mundo.
Va el regreso, el regreso al mismo viaje, ese en el que soy la nave.

jueves, 15 de marzo de 2012

Te voy a llamar Distancia


Será mejor verte por ahí pasar como si fueras un desconocido, sabiendo que al toparnos ni siquiera podremos decir nuestros nombres. Con cada paso hacia el camino, con cada mirada hacia un destino voy descubriendo que se me van pedazos de lo que imaginaba de ti.
Aquel día apenas si pude recordar cómo eran tus cejas. Enfermedad extraña esta que padezco. Luego, después de un peaje desolado en el que pagué con un racimo de miedos, traté de pensar en tus besos.
Si vieras que casi se me venía el color de tu boca, unos labios pálidos y una sonrisa de un diente torcido, medio malévola. Veía saliva, una lengua sinuosa, unos ojos cerrados metidos dentro de un gesto de deseo...pero tu beso, ese no llegó.

Embarcarme fue lo que más afectó mi memoria. Eran tan grandes las olas, tan fuerte el olor a sal, el ardor del sol en mis mejillas, que simplemente dejé de pensar. Mis ojos trataban de abarcar, de resumir el sonido del agua, el brillo, el movimiento y un horizonte.
Justo al ver un barco oxidado eché de menos una mano fuerte que me sostuviera la muñeca. Al principio era peluda, pero el paso de una gaviota se llevó el color de los vellos. Luego era de dedos grandes y largos, sonó una sirena, y se volvieron regordetes e infantiles. La mano fue solo mano, sin muñeca, sin antebrazo, no vi uñas, y al final solo me quedaba una sensación del apretón en la muñeca. Alguien vio tierra, levanté mi vista y alcé los brazos para celebrar y en ese momento desapareció la percepción de sujeción.

En el aire solo hubo espacio para ideas con nubes, aire, cielo, mapas, cordilleras y hormigas. Tiempo para despegar, tiempo para aterrizar.

El paso, la brisa, las ciudades, las multitudes. Los amigos y los abrazos. Y sin esfuerzo todos los hombres parecían tener el mismo vaivén al andar, tomar el teléfono de la misma forma y usar los pantalones en la misma altura. Y un cuerpo se convirtió en muchos, en millares, en tantos que no valía la pena aprehenderme de solo uno.

A veces cuando la contemplación se agota y mi mente no tiene más retos que sobrevivir entre la absorción y el descanso, siento que algo pasó conmigo, que ahora no es igual que ayer y que las amadas rutinas de un momento a otro son otras.

Quiero tomar un respiro para saber cuál era el nombre de esa idea que usaba como ancla, por qué antes me sentía como una estaca, mas se me olvida, no hay cómo nombrarla. Así que algo por ahí me retumbó en el cerebro, una canción viejísima que aparentaba sensaciones reconocidas, pero extrañas me trajo una respuesta y se me ocurrió: "Te voy a llamar Distancia".

lunes, 23 de enero de 2012

Y sin embargo me inunda la tristeza…

La promesa de un viaje me recordó que estoy en el lugar correcto, así mi cuerpo quiera salir corriendo.




Un hombre de un rostro que no recuerdo me hizo llorar con un recuerdo frecuente que me atormenta...


Un Rayo que se fue hace dos años de la tierra me iluminó el alma...

Una amiga me contó entre risas que me fue leal hasta en la rumba... también que se alegró de que nada perturbara mi tranquilidad esa noche.

Un hombre, bien lejos, está convencido de que ambos somos una coincidencia: "Perto no tempo, longe no lugar", me dice.

Una viuda se sentó a mi lado en el bus y me dijo convencida que me he sabido gozar la vida. Se bajó y me dejó un abrazo.

Una de esas gentes que se encuentran entre entuertos, me acompañó unas calles y resultó quedándose por siempre…

Una mujer que quiero con el alma me demostró que a pesar de la distancia continental aún me quiere y desea volver a verme.

Una anciana se quedó contemplándome el pelo y cuando la sorprendí me regaló una sonrisa...

Unos jóvenes me hablaron al oído para escuchar los gritos contra la injusticia...

Hoy una niña me pintó las uñas y a través de sus ojos granadilla puede ver el universo entero...

lunes, 16 de enero de 2012

La amante difusa


Margarita Hurtado. Óleo.

Es ella la que me toma de la cintura y ata por detrás el lazo del delantal cuando voy a cocinar. Levanta mi melena para que esté libre y pasa las manos cálidas por mis ojos para darme un respiro. Me acompaña con una sonrisa placentera cuando estoy junto a la mesa pelando duraznos o cuando finjo que escondo el último pedazo de la zanahoria para comérmelo sin que nadie me vea.
Nuestra relación comenzó como una pelea. Como siempre estuvo ahí, la desprecié con mi alma. Lloraba al sentir su presencia y trataba de subir el volumen de la radio o cantar a los gritos para alejarla. Pero es una amante paciente, comprensiva y casi maternal.
Opté por nuestra convivencia en las fiestas decembrinas y al encontrarnos juntas lloré como nunca. Cada rincón acompañado de su silencio se inundó. Fueron semanas, meses, casi un año… luego supe que éramos tres, si contábamos a mi llanto que de vez en cuando nos hace visita.
Es tan sublime, sin embargo. Toda llena de detalles mudos, porque es la que se devuelve cuando paso frente al espejo, solo para ver qué tal se ven mis piernas con una minifalda. Me acuesta en la hamaca, me lleva a la mecedora y me enternece con los rayos de sol para que simplemente me quede mirándome el color de la piel.
Con ella supe de texturas, de sabores, de olores, de gente. Conocí el poder fundamental de la pimienta negra y la sensación esa de ponerla en el mortero, mientras suena de fondo alguna palma de gitano. La disfrutaba cuando leía, ahora parecemos volar en cada página y mis palabras la aman. Le hacen trenzas cada domingo y la adornan con aceites de vainilla.
No soporta que pase por un espejo sin enseñarle una sonrisa y le encanta caminar para traerme a la mente viejos, nuevos y futuros recuerdos. ¡Ja! decimos ambas.
Ha explorado cada parte de mí con delicadeza y provoca tal explosión de sensualidad que jamás ha causado ningún hombre. Me excita el cuerpo, la cabeza, el corazón. Cuenta mis historias y cada noche cuando estamos lejos una de la otra me llama, me trae desde cualquier rincón de compañía, me arrebata del ruido, de las frases y abrazos ajenos, del dominio de la tristeza, de la multitud, solo para hacerme suya.
Hace poco tiempo comprendí que convivo dulcemente con una amante difusa.