Para el niño al que atacó una estrella
Cuidado conmigo. Soy diez mujeres y apenas se están poniendo de acuerdo. Por eso le advierto que se aleje, que se busque por ahí en el mundo una mujer menos densa.
Una que sea distinta a esa que renunció al resguardo indígena el día en que su abuela le enseñó a garrotazos que la montaña ya no era su refugio. Su futuro estaba en la ciudad y tratará de aprender algo, solo para regresar fortalecida.
Ni se le acerque a la que se queda horas en la ducha. La que espera que el recorrido del agua caliente por su piel le ayude a resolver los grandes dilemas del día, como qué recado hacer primero o cómo dejar atrás un mal amor.
Porque esta, a pesar de ser exuberante en formas, no soporta los piropos de los obreros de la calle. Se embarca en revoluciones pequeñas y abre la boca cuando quiere llevar la contraria, sin importar a quién. Llora con las películas de guerra, defiende el género humano y se ofende ante los crímenes de poder.
Ella le mirará con malicia, balanceará las caderas cada vez que pase por su lado y con la vista fija en los ojos le dirá cuanta cosa se le cruce por la cabeza. Le pedirá el placer a su manera y no se deje engañar porque le gusta mandar. Y así mismo, como es de apasionada, cuando estén en desacuerdo sacudirá las manos, subirá el tono de la voz y no le importará que le diga inmadura o niña. Porque esta señor, esta ama el conflicto.
Debería acostumbrarse a los terribles comentarios de: “ahí va la niña negra, que es la franqueza en pasta”.
Tome distancia de la que ríe a carcajadas, cuenta chistes en público y gana la simpatía de los extraños. Cuando llueve no quiere nada. Su sangre caliente se apaga y solo le gusta retozar entre sábanas, mientras de fondo suenan voces graves de cantadoras. El frío le duele, porque el calor le da un efecto colectivo, un navegar en multitudes que engolosina. Es ingenua y sensual sin proponérselo, por eso no se aterre que sea incapaz de decir malas palabras en lugares distintos a la cama.
Tiene el genio del artista, se unta las narices en todos los olores, los sonidos y los ruidos. Disfruta distinguir unos de otros. Lo salpicará de óleos, de notas, siempre tendrá una canción para cada momento. No se confíe, esta, es la difusa.
La pequeña blanca de este laboratorio interno tampoco es la más confiable. Digo pequeña porque es la de menos experiencia. Tiene el cuerpo menudo, pero que no le engañe, sus caderas son anchas, fruto de una endemoniada combinación ancestral. Su mirada está perdida, como la de su abuela desconocida. Mira desde su altura con tranquilidad, sin sentirse propia, sin ser extraña. Es peligrosa: carece de miedo.
En medio de ellas estoy yo. Capaz de armar una maleta con todas ellas en quince minutos para un viaje que tome un mes sin ningún rumbo. Estaré entre cabellos lacios, crespos o dorados. No me verá hasta reconocerlas. Con sus plantas sucias por el piso de tierra y sus dedos apretados por los zapatos de tacón. Los senos morenos como si siempre anduvieran al aire y las piernas fuertes por levantar niños en la espalda.
Soy yo, la que le bambolea las caderas, la de coquetería de ojos oscuros. Se me escapa la carcajada y ahí estoy, hablando duro. Prepárese para una maldad infantil que siempre se está maquinando en mi cabeza. Aléjese del deseo del primer beso sin dar.
Debería quedarse cada una en su tierra, en su tiempo, con su historia, pero ya he decidido dejarme gobernar por el mestizaje.
Jejejeeje...MUY BUENO! "Ella le mirará con malicia, balanceará las caderas cada vez que pase por su lado y con la vista fija en los ojos le dirá cuanta cosa se le cruce por la cabeza. "
ResponderEliminarATT: Margarita H. M.
tendré cuidado con esa mujer dacapolar
ResponderEliminar"Aléjese del deseo del primer beso sin dar..." y yo con ganas de alejarme de los besos ya dados... préstame tu ducha para lavarme el desamor.
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