Quien me conozca lo sabe muy bien, lo místico me saca
roncha. Sin embargo, aprovechando que esta columna está de cumpleaños y que las
fiestas de final de año ponen a todo el mundo reflexivo, yo invoco al espíritu de la Navidad. Para mi caso actuará el espíritu de la sabia,
esa chamana que las mujeres llevamos por dentro y que, si la dejamos, hace de
nosotras una mejor vida.
Este llamado viene cargado de un montón de buenos deseos.
Deseo que este año se hayan empelotado miles de posudas, quemado millones de
corsés mentales y alzado la bata todas las desobedientes. Éxitos para las que
este año se decidieron y ejercieron su derecho al reinicio. Felicidades para
las rebeldes, que siempre serán mis favoritas.
Cada fin de año, como es costumbre de abuela, se corren todos los muebles de la casa, se
saca el sahumerio y se espanta lo viejo, lo incubado, para que se renueve todo.
Tengo que confesarlo, a mí se me fue todo el año en ese trasteo y aún me faltan
algunos muebles pesados por correr.
He intentado con esta columna poner mis meditaciones
internas a la luz social, para ver qué tanto de lo que nos presiona como
mujeres es propio y qué viene de afuera. He visto desplomar instituciones tan
sólidas como la coqueta, la complaciente, la ideal y la ejemplar. Las quinceañeras
me dieron una lección de oro y me mostraron cómo las mujeres se han ido
transformando y les importa un bledo los estereotipos, con todo y opiniones
ajenas. He sido testigo de toda esta revolución que se traduce en el cambio de
los rituales o en la simple pelea que ya se da entre el machismo autoimpuesto y
lo auténticamente femenino.
Mis propósitos de fin de año apenas se están definiendo,
pero tengo claro, por ejemplo, que quiero que para el 2015 muera la última
morronga. En caso de que tal maravilla no se dé, abogaré para que muera mi morronga.
Así que le apostaré a relaciones más directas, a que caigan las armas de la
seducción diseñadas para la manipulación o la estúpida consecución de las
expectativas propias a través de otras personas.
Seré muy ilusa sí, más si todavía espero que esto se riegue
como una epidemia. Digamos que es un mueble muy pesado ese de creer que venga
el salvador (dígase pareja, jefe o amigos) a darnos lo que en el fondo ya
somos. Como esta es una reflexión mística, partiré de la loca premisa de que si
lo intento, persevero y lo logro conmigo misma ese estado espiritual, mental y
hasta biológico de libertad se extenderá por el mundo y seré la paciente 0 de
una hermosa pandemia femenina.
Las morrongas tienen un mecanismo que me facilitará las
cosas, pues con un solo empujón harán lo que en el fondo quieren hacer. Así que
empezaré tirando al abismo a mi morronga y que con ella arrastre el miedo a
perder y el peor de todos, el miedo a ser uno mismo. Es un ejercicio de
valientes, pero durante el 2015 les iré contando cómo va mi experimento y cómo
me terminó de ir corriendo uno de los muebles más pesados de mi cabeza.
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