miércoles, 31 de diciembre de 2014

Para mi alma

Llegaste con baile y sonrisas y ebriedad. Me envolviste suave entre lágrimas, apegos, encaminándome a correr mis muebles a la gran mudanza que reservabas para mi interior. Derribaste el árbol gigante del abandono, me vaciaste, me dejaste sola, trajiste y llevaste la gente, las compañías para que soltara, para que fuera más mía, y menos de las expectativas de lo ajeno.
Me diste valentía, me diste viajes para hacer las lecciones más llevaderas y me diste entendimiento. Ubicaste a Dios en el lugar justo, allí dentro, al lado de mi corazón. Y desde ahí hemos conversado, sanado, despedido miedos antiguos, fantasmas escondidos. De ahí blandimos la espada para combatir demonios, que no alcanzaron ni a ser el coco. Sostuviste mi mano a la hora de llantos amargos y tintineaste con carcajadas que jamás había escuchado de mí, pero sonaban como música.
Amamos, me enseñaste los primeros visos del amor, poco a poco me envolviste en él, experimenté su presencia, me permitiste amarme sin juzgarme, esperándome todo, soportándome todo, perdonándome todo, libre de culpas, libre. Amada inmensamente amé a otros. Me trajiste el amor en forma de hombre y también me diste el lugar justo para detenerme, para levantar a una guerrera sabia que con intuición supo qué hacer, cómo ver, conciencia, entendimiento, inteligencia. Me diste un río, me diste un mar, me diste una montaña, me diste frío y calor. Me diste sueños que aún no comprendo, me diste un más allá desde donde la vida ha tomado una forma nueva, auténtica, tranquila, trascendente, pero leve.
Vamos juntas en esta lancha, con un timonero sabio en el que confiamos, y aceptamos las mareas, a veces con tristeza, con recelo, con egoísmo, pero las aceptamos. Y asimilamos el silencio, y adquirimos comprensión más allá de la razón. Y soltamos como hojitas de papel un montón de cadenas, de seres, de pensares, viejos, nuevos, pero inservibles.
Entramos en paz al maravilloso mundo de la incertidumbre. Y cada día voy abriendo más mis brazos y las cosas que trae la corriente son cada vez más grandes. Así que me has enseñado también a no resistirme, a vivir la felicidad del devenir. Ampliamos tanto el amor que nos dio para sanar, para retornar en paz, para recomenzar, para saber que la intuición reconoce un momento importante, pero la vida lo diseña.
La magia, el dolor, lo místico, las visiones, los sueños, las premoniciones. También fueron tus regalos. Aún no me da para entenderlo, asumo que el espíritu se encargará mejor de desenvolverlos y también de irlos recibiendo, tal vez mejor que mi yo este terco, que aún existe también. Gracias por levantar a las sombras y hacerlas brillar, gracias por reconciliarme y abandonar las culpas, la intimidación. Gracias por limpiar, por lavar, por rescatar, por mudar.


Alma mía, seguimos en este barco juntas, ahora cada día, más conscientes la una de la otra, rebosantes de amor. Ahora cada día más UNA. 

lunes, 8 de diciembre de 2014

Corramos los muebles de la cabeza

Quien me conozca lo sabe muy bien, lo místico me saca roncha. Sin embargo, aprovechando que esta columna está de cumpleaños y que las fiestas de final de año ponen a todo el mundo reflexivo,  yo invoco al espíritu de la Navidad.  Para mi caso actuará el espíritu de la sabia, esa chamana que las mujeres llevamos por dentro y que, si la dejamos, hace de nosotras una mejor vida.

Este llamado viene cargado de un montón de buenos deseos. Deseo que este año se hayan empelotado miles de posudas, quemado millones de corsés mentales y alzado la bata todas las desobedientes. Éxitos para las que este año se decidieron y ejercieron su derecho al reinicio. Felicidades para las rebeldes, que siempre serán mis favoritas.

Cada fin de año, como es costumbre de abuela, se corren todos los muebles de la casa, se saca el sahumerio y se espanta lo viejo, lo incubado, para que se renueve todo. Tengo que confesarlo, a mí se me fue todo el año en ese trasteo y aún me faltan algunos muebles pesados por correr.

He intentado con esta columna poner mis meditaciones internas a la luz social, para ver qué tanto de lo que nos presiona como mujeres es propio y qué viene de afuera. He visto desplomar instituciones tan sólidas como la coqueta, la complaciente, la ideal y la ejemplar. Las quinceañeras me dieron una lección de oro y me mostraron cómo las mujeres se han ido transformando y les importa un bledo los estereotipos, con todo y opiniones ajenas. He sido testigo de toda esta revolución que se traduce en el cambio de los rituales o en la simple pelea que ya se da entre el machismo autoimpuesto y lo auténticamente femenino.  

Mis propósitos de fin de año apenas se están definiendo, pero tengo claro, por ejemplo, que quiero que para el 2015 muera la última morronga. En caso de que tal maravilla no se dé, abogaré para que muera mi morronga. Así que le apostaré a relaciones más directas, a que caigan las armas de la seducción diseñadas para la manipulación o la estúpida consecución de las expectativas propias a través de otras personas.

Seré muy ilusa sí, más si todavía espero que esto se riegue como una epidemia. Digamos que es un mueble muy pesado ese de creer que venga el salvador (dígase pareja, jefe o amigos) a darnos lo que en el fondo ya somos. Como esta es una reflexión mística, partiré de la loca premisa de que si lo intento, persevero y lo logro conmigo misma ese estado espiritual, mental y hasta biológico de libertad se extenderá por el mundo y seré la paciente 0 de una hermosa pandemia femenina.


Las morrongas tienen un mecanismo que me facilitará las cosas, pues con un solo empujón harán lo que en el fondo quieren hacer. Así que empezaré tirando al abismo a mi morronga y que con ella arrastre el miedo a perder y el peor de todos, el miedo a ser uno mismo. Es un ejercicio de valientes, pero durante el 2015 les iré contando cómo va mi experimento y cómo me terminó de ir corriendo uno de los muebles más pesados de mi cabeza.         

jueves, 6 de noviembre de 2014

Como accidente

Hubieses querido que resultara en tu vida como un accidente.
Que me encontraras en el camino como una moneda en el pavimento,
O como un perro desvalido.

Pero soy de esas cosas que guardabas en el calor de tus planes.
Somos de esas cosas ajadas con el paso de la experiencia,
que adquieren el sabor con el trasegar,
agarrando polvo, curtiéndose de vida,
de viento y de sudor.

Intentaría, una que otra mañana, aparecerme como un espanto
Sorprenderte de noche, un toque en el hombro,
Que al voltear la cabeza te des cuenta de que estoy ahí,
prendida de tu mano.

Pero me regalas besos que abarcan años.
Me lanzas miradas que intentan traspasar lo vivido,
Lo que ya no nos podemos contar,
Lo invisible, que no vale la pena decir.

Y estamos juntos, llenos de casualidades,
en un prado que revuelca tus demonios,
con mis leyendas de lo que fue antes del nosotros

Quisiera tanto ser un accidente.
Darte un susto mágico que te cambie para siempre

Compañero, no eres mi tropiezo.
Te recorro en plazas ocres, antiquísimas,
visito tus paisajes construidos con saltos de infancia,
tus casas, tus gentes, tus ciudades ya caminadas.
  
Y veo tus ganas de desnudarme por tiempos,
De jugar escondite con mi niña perdida,
De pelear con la rebelde vergonzante.

Pero allí, cuando me abriste la puerta por primera vez,
supe que tenía mi lugar dentro de ti.
Es una espera cálida, me siento y observo.

Y llegas como una sarta de nudos
Una sonrisa de aparecido,
dices una sola palabra y ambos nos damos cuenta:

Ya estabas aquí.

miércoles, 29 de octubre de 2014

La revolución de las quinceañeras


Que quede claro, ni cuando tuve quince estuve de acuerdo con las fiestas para quinceañeras. Quise una moto, no me la dieron por peligrosa; quise un viaje, no lo hubo por falta de plata. Entonces tuve una fiesta como última opción, pero eso sí, con nuestras reglas. Es decir, las de mi mamá y las mías. No hubo columpios, ni vestido pomposo, ni zapatillas de cristal, ni edecanes, ni entrega de padre a novio, ni ese montón de arandelas, que desde mi desobediencia adolescente no clasificaban. Mi mamá tachó de entrada la canción de las 15 primaveras y la ranchera Mi niña bonita. Así de sencillo, muy a nuestro estilo fue una oportunidad para bailar hasta la madrugada y se cantó a coro el bolero Cosas como tú.

Eso fue hace 15 años, pero ahora me doy cuenta de que los símbolos de esa celebración no han cambiado mucho. A pesar de que aumentan las quinceañeras con bebés al hombro, las que son maltratadas por sus novios o parientes y la situación de las niñas en el mundo no es la mejor, se sigue celebrando el día aquel, con sus rituales que para muchos perpetúan el machismo y la idea de que la mujer es para el mundo y no para ella misma.

Actualmente el mensaje es más exigente. Además del asunto tradicional, se le suma lo de ser una excelente profesional, una ciudadana ejemplar y un modelo a seguir. Un montón de cargas y grilletes de lo que debe ser una mujer moderna. A mis treinta y pico ya estoy cansada de intentar cumplir con ellas. Muchas nos demoramos 15 años en soltar, imagínense el panorama para las que llegan.

Vamos a desmitificar esto empezando por la claridad: La celebración es un ritual precolombino de la primera menstruación de la mujer. ¿Significa el paso de niña a mujer?  Pues sí, pero no es excusa para reproducir en símbolos el concepto de que la niña va a pasar de la casa de los papás a la casa del marido.  

Una nota aparte, para que conste; de las quinceañeras de hoy en día, o por lo menos las que conozco, muy pocas pasan a la casa del marido, ni tienen el más mínimo interés de salir a buscar uno. Sus regalos no incluyen ofrendas al dios de la fertilidad, más bien al de la tecnología, porque quieren celulares de alta gama, portátiles o tablas. Entonces mi proposición es que si ya de por sí las señoritas son distintas- escuchan reggaeton y no el sonido de la quena-, pues cambiemos los símbolos.

Estoy de acuerdo en que hay una transición y que eso de entrar a la pubertad es complejo, todo se ve y se siente distinto. Los indígenas nasa realizan un ritual de armonización para cada transformación, y en mi libre interpretación lo veo como una sincronización con la naturaleza, el alma y el cuerpo humano. Así que se reciben nuevas propuestas para las señoritas.

En mi último convite quinceañero el papá estuvo a punto de ponerle a la niña unas botas de caucho en vez de un tacón de 10 centímetros. No lo logró, pero vale como propuesta. También se hizo un llamado a la desobediencia, a romper los esquemas e imponer sus propias reglas. Lo quisiera para mi hija. Por ejemplo, le diría en su momento que aunque no le dé una moto y un viaje le daré alas para que haga con su vida lo que quiera.

También le ofrecería una variedad de tenis para que arrancara a correr por el mundo y en vez de cantar 15 primaveras, le dedicaría algo más explosivo, un himno libertario como Don’t stop me now de Queen. A cambio del discurso de las velas le regalaría La desobediencia civil de Thoreau y Un cuarto propio de Virginia Woolf. Seguro que a sus quince esto le parecerá una mamertada bien confusa, pero tendrá los quince que me dieron a mí, unos libres de cadenas.    

jueves, 4 de septiembre de 2014

Manual para viajeras solitarias

Me voy de viaje, ando buscando el destino, pero como tengo la manía de contarlo todo tuve una respuesta enérgica: ¡Te vas sola!

El asunto no me había importado, no es la primera ni la única vez que lo hago, pero claro, la sanción social siempre lleva a la reflexión individual y alcanza incluso a cuestionarse como si se estuviera cometiendo alguna infracción. Viajar sola en nuestra cultura no es tan grave como en algunos países del oriente cercano donde está prohibido.  Sin embargo, se sigue viendo como una excepción. Lo que mi abuela ve como una proeza femenina, yo lo veo con vergüenza por tener una lista de destinos aún muy corta para lo que quiero ver.

No sé si la base de tanto escándalo es esa de que la mujer se tiene que quedar cuidando la cueva oscura, mientras el macho sale de cacería. Yo, que no tengo cueva y tampoco macho, me voy a cazar solita, fundamentalmente porque me gusta.

Ante la inquietud que me generó el comentario y ciertos temores de amigos y conocidos, empecé a buscar manuales, claves, ayudas o indicaciones para contrarrestar la idea de que la mujer se expone más que el hombre. Y entre tanta información encontré un dato revelador, las mujeres son las mayores viajeras solitarias en el mundo. Sí señor, mujer sola a bordo.

Así que para no armar una polémica en torno a un asunto que no merece amplia discusión (por ser un debate absurdo) quiero hacer mi propio manual para viajeras solitarias.

  1.           Con una sonrisa puedo comprar. Que abren puertas, las abren, lo compruebo cada día. A veces hay que insistir, porque las ignoran o mal interpretan, pero una sonrisa es la mejor pinta de viajera, la más útil y también la que más facilita las cosas.
  2.          Jamás viajes sin el por favor, el gracias y el buenos días. Es una bobada, y esta no es la columna de etiqueta, pero hombre, es más que obvio, de las cosas que no deben faltar en el equipaje.
  3.           Despídete de la zalamería. Si nos vamos a los estereotipos las mujeres tenemos más fama de quisquillosas que los hombres. En un viaje se ven y se ven tantas cosas, pero he aprendido a dejar mis melindres en la casa, allí donde estoy más cómoda. Muchacha, un viaje es hacia la incomodidad, se viaja para desajustar el cuerpo, el alma, para descontextualizar la mente. Así que, a donde llegues haz lo que vieres.
  4.         “Hable serio”. Ese consejo me lo dio mi papá hace años, porque me daba risa pagar el pasaje de bus. Como a veces siento que sigo jugando, toca pararse derechita y decir claro y fuerte: ¿Cómo así, no entendí, explíqueme eso?
  5.           Todo te puede pasar… todo te puede pasar…todo te puede pasar. Repita esa frase desde varias perspectivas, es decir, con tono de mamá, de papá, de abuela y de amiga. Intente escucharla con voz firme, con una sonrisa y como una puerta que abre un mundo de posibilidades: Todo te puede pasar, deja que pase.
  6.           Déjate piropear. De rodar y rodar desmitifiqué mi prevención frente al piropo. Que se escuchan cosas horribles, sí se escuchan, pero la mayoría de veces escucho buenos deseos, bendiciones, y halagos que arrebatan sonrisas. Así que no se vuelva peso extra en la maleta, de verdad no vale la pena la prevención.
  7.          No eres monedita de oro para gustarle a todo el mundo, ni la gente es monedita que te debe gustar a ti. ¿Para qué negociar cuando no se quiere hacer algo? Aún no conozco nada más peligroso que ceder ante las presiones ajenas.
  8.        Viajar es un estilo de vida, no requiere la aprobación ni el consentimiento de nadie.
  9.         Si haz de irte vete, si puedes irte vete, si te quieres ir: pos vete. 


martes, 15 de julio de 2014

Empelotemos a las posudas

Un grupo de amigos que tenía en Manizales había decidido cambiarle el nombre al Día de la mujer, “de ahora en adelante será el Día de la pose”. La propuesta me molestó mucho en su momento, pero ahora que lo pienso bien a pesar de la independencia intelectual, ideológica y hasta sentimental, el asuntico este de parecer ser nos atormenta a muchas.

Los corsés mentales nos reprimen y uno muy fuerte es la voz esa que en lo profundo nos dice que debemos “ser cómo” o “así vas a parecer una”. La seguridad de las mujeres a veces está amarrada a la lista de lo que no se debe ser. Que no se te vea desesperada, que no vea que eres mandona, que no se te note lo histérica, que no crea que eres complicada, que “el que muestra el hambre no come”. Cosas que se contradicen unas con otras, como decía Sor Juana Inés de la Cruz, “a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis”. Con tanta pose encima se nos va volviendo todo un enredo desnudarnos o que nos desnuden.

Voy a hacer un ejercicio llamado coquetería. Lo practico mucho en mi labor de periodista, de novia y de simple cliente de un bar. Entonces me pongo un vestido que ya no sé si es de mi corte o prefabricado. Se llama encantadora. Este vestido, adornado por mí misma, con todo el canutillo y lentejuela que me ha dado la cultura machista, tiene los siguientes accesorios: sonrisa pícara, mirada por el rabito del ojo y un caminar sinuoso e indiferente. ¿Les suena familiar?

Esa coqueta, así en su superficie, está hecha para llamar la atención, o sea el gancho. Pero me da tristeza reconocer que a veces se nos va la mano y toca sostener el cañazo bajo nuestro propio riesgo. Entonces, además del vestido se viene toda una retahíla de palabras complacientes, risas fáciles sobre chistes pésimos e incluso soportar estoicamente miradas morbosas o comentarios de doble sentido. Todo eso simplemente para sostener ese armatoste en el que ya se convirtió el traje de encantadora.

Pensé por mucho tiempo que ese disfraz era útil. – En serio lo es, abrí puertas muy cerradas a punta de sonrisas-. Sin embargo, se vuelve un arma de doble filo, un animal peligroso que hay que alimentar para no molestar a los demás, caer bien, ser cortés, políticamente correcta, empleada modelo, ejemplo social y una palabra nueva que nunca veo usada para el género femenino, una promujer. La pose, señoras mías, pesa. Sus consecuencias a largo plazo son tristísimas. Detrás de ella se esconden la violencia intrafamiliar, los abusos sexuales, el acoso laboral, la humillación y la denigración del ser humano.  

Pesa en nuestros hombros en la medida en que la queramos seguir cargando. Tal vez el universo masculino tenga otras cargas a la que se le suma corresponder a una posuda, un trabajo desgastante para cualquier pareja, hijo, marido o padre. Si de la historia del sexo hablamos, en este último siglo la revolución femenina va en la etapa más interesante, esas presiones como tener hijos, casarse, ocultar la orientación sexual o conservar el empleo a pesar del abuso se han replanteado. Las leyes van dejando las poses sin algunas de sus prendas más vistosas y vale más defenderse con autoridad que con ideas difusas.

Empelotarse después de años de pose es mi invitación. Vamos a quitarnos de a poquitos o de una sola esa ropa impuesta. La desnudez es el reto. Claro, tras años de no verse la piel hasta podría sorprenderse uno descubriendo que tiene encantos ocultos que solo el más aguzado ojo puede identificar, y que al estar expuestos se potencian. Aprendí de mi madre a ser auténtica y a confiar en las personas que lo son. Allí donde el ser humano es capaz de abrir sus vulnerabilidades y texturas es donde he encontrado a la gente que más aprecio. Supongo que con el tiempo lograré irme quedando sin ningún canutillo pegado al cuerpo y a caminar desnuda con la frente alta.


Tal vez sea en la casa en donde la posuda descansa, se quita todo su aparataje y saca su represión a punta de llanto, explosiones de ira o se dedica a comer la hamburguesa que cambió en la calle por una ensalada. ¿Qué sé yo? Al final, solo en mi intimidad revelo cómo descanso de mis propios vestidos. 

lunes, 12 de mayo de 2014

Que caiga la dictadura de la belleza

Tengo que confesar que a pesar de que me las doy de rebelde, estoy sometida a la peor de las dictaduras vigentes, la de la belleza envasada.

Con solo 15 minutos de televisión cualquier ser humano occidental se puede convencer de que para ser bello hay que ser delgado, joven, sano, tener dientes blancos, dinero y sobre todo, para ser amado hay que ser bello. Para todo eso hay una industria gigante que grita como paisa en plaza, “le tengo la solución”.

Ya está claro que el estándar de belleza cambia en cada etapa de la historia, se adapta a la cultura y como hoy es una, mañana es otra. Pero señoras y señores, lo que tenemos aquí es un monstruo de siete cabezas que amenaza a los sectores más vulnerables de la población, las mujeres, los adolescentes, los niños y los adultos mayores.

En un frasco encontrará el remedio contra la enfermedad, la vejez y la obesidad. Sin embargo, eso no es suficiente. No sé ustedes, pero yo tengo una cantidad de pociones que contienen el secreto de la juventud para cada rincón del cuerpo. Entonces se le tiene la del contorno de ojos, la punta del pelo, el andén del labio y el rabito de la oreja. La búsqueda jamás acaba, cada vez que visito un supermercado, un almacén de cosméticos o una simple droguería caigo en sus garras. Voy por seda dental y termino comprando un protector para las manchas de los bombillos, una crema para que no salgan canas y más y más belleza en frasco.

Cuando cambié de ciudad me di cuenta de que el estándar actual es un dictador despiadado. En donde vivo las mujeres sienten la presión de una cirugía plástica casi al mismo tiempo en que pasan el peaje, pero si se recorre el país solo hay diferencias en tamaños y proporciones. Este dictador ofrece para todas la cantidad de cirugías que puede sostener un bolsillo, bajo el blando código de ética del comercio estético. Mi ojo montañero se escandaliza con las trememundas colas que desfilan en las calles, pero también es mi propio verdugo cuando estoy frente al espejo.

El poder que le hemos dado a esta dictadura se nos está saliendo de control. Atacamos a las niñas sin misericordia, tanto así que algunos de mis allegados en vez de preguntar por el clima o un simple cómo te va, las reciben diciéndole: “estás como gordita”. Esa es la forma de alimentar esa insaciable necesidad de ser aceptado, creamos entre todos un estereotipo deforme, tanto que su rostro lo perdió en la última rinoplastia.

Lo más cruel de esta nueva modalidad de fascismo es que realmente no se preocupa por la salud humana, no va en el enaltecimiento de la virtud, ni siquiera en un sentido estético que aliviane el espíritu humano y logre el verdadero fin de la belleza, conmover.

Con qué cara vengo yo a decirles a las yayitas que su deformación es tan grave como un ataque con ácido. Porque querida Yayita, si eres igual a un molde, pierdes el nombre, te quedas sin esencia y respondes nada más a una imagen prediseñada para fabricar dinero en masa. Te desfiguras. Apenas termino esta frase mi autoridad moral se refunde entre las cremas de mi tocador, entre los miles de pesos que he invertido en gimnasios, en masajes, en técnicas que aprietan aquí  para que no se vea allá. Cómo les vengo a decir que el cerebro es más poderoso que el escote a la hora de hacer que un hombre pierda la cabeza por una mujer.

Hace poco conocí a un estudioso de la medicina china que me explicaba el peligro de intervenir el cuerpo por secciones. “El ser humano es un todo, un equilibrio completo”, me dijo. Y yo, en medio de la torpeza de mi obsesión mental solo vi mi momento para preguntar qué era bueno para bajar de peso. La respuesta me avergonzó y al mismo tiempo me puso de nuevo frente al espejo. Fue contundente y directo: “Lo único para eso es quererse a uno mismo”.     

Reconozco lo difícil que se ha vuelto bajo esta dictadura poner en práctica ese principio, siempre tan fundamental para la humanidad. Desde ese día, cada vez que siento que algo no está en su lugar o que me antojo de alguna técnica novedosa para quitar las arrugas del codo, vuelvo y me lo repito.

La belleza conmueve, trato de pensar en dónde está ese sentimiento, y entonces mi espejo se amplía y me muestra la originalidad de la naturaleza, lo escarpado y diferente de cada montaña, la irregularidad impredecible del mar, lo diversas que son las aves o la cantidad inimaginable de texturas y olores que hay sobre la Tierra. Siento cómo vibro con la historia de una comunidad que cambia el orden de las cosas, y le apuesta a la solidaridad; o un muchacho que lucha contra la adversidad y se sumerge en el arte. Los ojos se me aguan al ver la emoción de un par de casados que sueñan en adoptar un niño o la cara de un papá cuando su esposa da a luz.

El ejercicio es arduo, pero poco a poco mis ojos se abren para liberar el alma. Al final, solo es ella quien en verdad sabe en dónde vive la belleza. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Abajo las integrales

¿Qué es lo perfecto? Como periodista esa pregunta asecha a diario, los errores se pagan caros ante el público y causan culpa, recriminaciones y ayudan a los acomplejados a regodearse en su envidia. Entonces, si lo vemos desde esa perspectiva, lo perfecto suele ser lo que se ve bien.

Verse bien y el qué dirán son dos expresiones que salen del mismo lugar, del temor por la sociedad, del temor al juicio ajeno. Compruebo, cada día, que los demás se convierten en un ser invisible, todo poderoso, capaz de anular los sueños, las ideas y hasta la forma en que nos vestimos. Jamás me comí el cuento de lo integral. La estudiante integral, la profesional integral, el trabajador integral, la mujer integral. Ser integral, si lo tomamos literalmente, es como ser simplón, sin carácter, sumir la panza, huirle al conflicto y servir para todo, pero ante todo el lema de lo integral es el siguiente: A todos les cae bien.

En ese afán de caer bien se comenten los peores errores de la vida de una persona. Elegir carrera, pareja, conservarla, no asumir la condición sexual, dejarse mangonear por los amigos, el jefe, la familia. En el peor de los casos, ser un lambón de la sociedad.

Como mi tema es lo femenino, he estado echando cabeza a ejemplos de mujer integral. Ojo, no confundir con íntegra. Pero entonces me di cuenta de que en cualquier lado hay juicios, de la intelectual hacia la frívola y viceversa. Si se hace cirugías, si no se las hace. Porque no baja de peso o porque se la pasa haciendo dieta. Porque se lo da o porque se lo da a la otra. Porque se quiere casar o porque se quiere quedar soltera. "Es que sos una complicada" o "por qué no sos más llevadera". 

¿Por qué insistimos tanto en ponernos cinturones de castidad, de maternidad, de competencia, de complacencia?  Voy a bautizar de ahora en adelante todo este aparataje femenino como los corsés mentales. Así que apretamos, nos apretamos las unas a las otras y al final, apenas si dejamos respirar al diafragma interno, perdemos la flexibilidad, nos volvemos duras, tiesas, simplonas, como una galleta integral. En el camino se va perdiendo la propia personalidad, el saborcito.

En estos días en un escándalo muy sonado una líder religiosa cristiana decía que la conciencia era el qué dirán. Si se saca todo lo descabellado de su declaración, creo que en ese punto la señora tiene toda la razón. Esa voz de la conciencia tiene un cultivo ajeno, tan es así que se activa para decir qué no se debe hacer. Jamás he escuchado a nadie que la voz de la conciencia le diga: “renuncia, cambia de trabajo, ve y busca tu sueño”. O “deja a ese hombre que no quieres, empieza de nuevo y confía en ti misma”. La voz de la conciencia, como me la han pintado, se parece más a la voz de una matrona antioqueña imponiendo miedo que una voz liberadora que le diga a una mujer: “el sexo es bueno, es placentero, y el placer no es malo, es buenísimo”, para poner un ejemplo.

Para llegar a todas estas afirmaciones tuve que ponerme como sujeto experimental, y medir en carne propia dos cosas: ¿Puedo vivir sin la voz de la conciencia? ¿Manejo con tranquilidad la voz de la conciencia popular? Aún no tengo respuesta, siento que mi conciencia está permeada por los demás, llena de experiencias, de nuevas perspectivas, historias, y sí, como no, la de esa señora exagerada, pesimista y tremendista contra la que me toca pelear a diario.

Pero del experimento sí me quedó clara una cosa, mi voz, mi propia voz ha renunciado, - es una decisión unánime porque estoy de acuerdo con ella-, a ser una integral. Entre mis ingredientes está llevar la contraria, así sea por el simple placer de hacerlo. Tenderé hasta mi último día en la tierra a ser rebelde hasta con mis propias ideas y arriesgarme a caerle mal a otros, ser la piedra en el zapato o simplemente dejar de querer lo que me cae pesado, lo que ya no combina con mi propio ser. Obvio que es arriesgadísimo no ser un producto light, pero al final es lo que me hace feliz, ser absolutamente sabrosa.


lunes, 3 de febrero de 2014

Por el derecho al reinicio

Foto tomada de google.
Soy una fanática de los cuentos de los hermanos Grimm. Todos los sábados me despierto para ver una y otra vez cómo la doncella vence los peores hechizos y derrota con sus virtudes a los duendes, brujas y demonios que la atacan. Sé también que a cambio recibe todas las veces lo mismo: “por tu coraje, arrojo y valor te premiamos con un príncipe”. Entonces dicen que fueron felices para siempre y entregan al hombre como artículo de promoción. No se admiten devoluciones y punto final.

Este estándar de cuento, muy occidentalizado y judeocristiano, podría tener otros fines, como que a la princesa le den otra princesa o que el príncipe la integre a su séquito de esposas. O que le den alguna gratificación y monte una exitosa empresa de seguridad privada contra brujas y maleficios (seguro hay todavía muchos clientes en este campo). Pero bueno, no quiero armar debate por los posibles fines, este, en particular, es conservador y cercano al que se inculca en el mundo en que crecí.

Lo triste es que el cuento se vuelve una camisa de fuerza y las mujeres nos vamos quedando con una sola versión de las cosas y renunciar a ella crea conflictos internos, recriminaciones y mucho sufrimiento. La sociedad no es perversa, simplemente funda instituciones como el matrimonio, el noviazgo y ene rituales sobre las relaciones de pareja para mostrar a las futuras generaciones un ideal de cómo serían las cosas. Un deber ser de felicidad compartida. El problemita está en que el “para siempre” también se acaba y muchas prefieren conservarlo así sea en el fondo falso. Aceptan maltratos, abusos, infidelidades, frustraciones y se vuelven hipócritas ante la sociedad y sí mismas, solo por el temor a perderlo. Este es un demonio que sus virtudes se niegan a vencer.

Además de que pienso que la relación de pareja está sobrepublicitada y tiene más marketing que la amistad, la hermandad o la soltería (esta todavía no entra al top of mind del consumidor), creo que la energía femenina y también, la masculina, se enfoca demasiado en forzar el cuento. Veo por ahí muchos que sufren en silencio, guardan falsas expectativas y creen realmente que su pareja recapacitará y será como era o lo que es peor, como nunca fue.

Aceptemos que podemos diversificar la versión, que pueden entrar nuevos personajes, escenarios o batallas. Que siempre es un simple adverbio, que todos los sentimientos cambian, y que la boda solo es la ceremonia. ¿Por qué ser solo La cenicienta, Raponzel o Blancanieves? Las historias de los Grimm son miles, tantas que necesitaron tres tomos para abarcarlas. Entonces, por qué conformarse con una, si la gracia es vivirlas todas.

Afirmo para mí y para todas las mujeres que amo, que tenemos derecho a armar nuestro propio cuento de hadas. Que no hay que andar criticando a la que sueña con esos ideales y encuentra en ellos su felicidad. Sin embargo, las que no la hallaron, descubrieron realmente en dónde estaba y quieren que el príncipe les devuelva sus virtudes, pueden hacer el respectivo reclamo y decir: “este gato no sirvió”.

Tengo la convicción de que pueden encontrar nuevas y mejoradas versiones de su propio Disney.  Y como la sociedad piensa en todo y sabe que no todo hombre es príncipe y que no todo príncipe llega a rey,  admite que hay princesas que serán más felices en el bosque que en el castillo, por lo que legalizó hace rato otros rituales como el divorcio, la separación y la reparación.


Doncellas, el “control+alt+suprimir” ya está inventado, y quien quiera y lo requiera debe sentirse libre de usarlo. Apropiémonos de él y hagamos valer “el para siempre” de nuestro derecho al reinicio.