martes, 6 de diciembre de 2011

Germán Castro Caycedo narra el cuento de su vida

Germán Castro Caycedo es un cuentero de su experiencia periodística. Se sabe de memoria los sumarios de los casos judiciales que ha cubierto, almacena con exactitud los datos de los lugares que ha visitado, pero es mejor narrando los recuerdos de su vida. Eso lo demostró durante una conferencia en el salón Dabar de la Universidad Católica de Pereira este año.
Frente a unos 200 estudiantes puso a competir su voz de abuelo de 71 años con las vibraciones de los celulares, los tecleados de los blackberry y las piernas inquietas de los que intentaban vencer el sueño. Entremezclaba con pausas dramáticas sus aventuras de reportero, la metodología de las investigaciones y sus gustos personales.
En 15 minutos de charla ya había recorrido, por enésima vez, la historia de los jóvenes que se quedaron atrapados en una cueva en Zapatoca (Santander). Palabra por palabra, las mismas que había usado una hora antes para la rueda de prensa que les concedió a algunos alumnos en la biblioteca.
Cuentero
El abuelo Castro disfruta contar su historia, finge que le falla la memoria para que los escuchas le recuerden que el experto de las cavernas es el espeleólogo y que los momentos más importantes de una narración se denominan climax.
Entre el público estaban los admiradores más jóvenes, unos 10 muchachos que no paraban de tomarle fotos, pedirle autógrafos y asentir con los datos de los libros, que por supuesto, ya se habían leído.
Él los mira, los cuestiona con los pequeños ojos oscuros y ahora en tono sarcástico habla del periodismo investigativo y la vieja consigna de que todo periodismo requiere investigar. Repite términos ingleses adaptados al periodismo actual, se burla de los que aman a "Mi-a-mi" y reproduce el efecto que aprecia todo cuentero, la risa.
A la derecha del salón Dabar hay un grupo de colegiales que, al contrario de los universitarios, no se mueve y mantiene la vista fija en el escritor.
Aquellos tiempos
El cuento de su vida regresa a la nostalgia de los días en El Tiempo, de los 10 años con correctores de estilo, meses para reportear una crónica y técnicas exigidas por su jefe de redacción. "Ahora le dicen editor", el apunte infaltable en sus conferencias.
Afuera, en la papelería de la Universidad, las vendedoras se preguntan quién es el anciano que ha causado tanto alboroto en los pasillos. "Es Germán Castro Caycedo", le responde una estudiante. "Me dejó en las mismas", le dice la vendedora. "Es un escritor. El autor de Sin tetas no hay paraíso", aseguró la muchacha. Luego alguién más rectifica y les da una lista más precisa y sin contar con el popular libro de Gustavo Bolívar. Escribió El cachalandrán amarillo, La bruja, Mi alma se la dejo al diablo, El hueco, Colombia amarga, Objetivo 4. "Ahhhh, yo me leí La bruja, la de la televisión", finalizó la vendedora.
Adentro el conferencista-cuentero habla de lo suyo, la crónica. Esa que debe llevar de la mano al lector. Hace énfasis en la estructura y regresa a su cancha: cómo está investigando el secuestro de Juan Carlos, hermano del expresidente César Gaviria y da algunos anuncios de este como su próximo libro. Recita su técnica de grabar, transcribir, memorizar, reconocer y darle ritmo a la historia. Habla de la importancia del orden en que se hacen las entrevistas. Sin querer se convierte otra vez en protagonista y cuenta cómo cargó 'municiones' para hablar con el coronel encargado del operativo de entrega del secuestrado y hasta dónde tuvo que llegar para saber de la suerte de los secuestradores. Un respiro y lanza un piropo a las "mamacitas de Pereira, las mujeres más bonitas del país", de nuevo el público se ríe.
Maestro de la crónica
Les refresca a los estudiantes los tipos de estructura para contar una historia. Hace un chiste sobre Samuel Moreno y la calle 26 de Bogotá y rescata a la audiencia. Ahora habla de los tiempos recuperados y menciona a los gringos de Bogotá, que usan palabras como 'flash back'. "Esa manía de la clase media alta de imitar todo lo que viene de Mi-a-mi", recalca.
Vuelve a sí mismo y conversa sobre los monólogos y el desuso de las descripciones físicas para formar a los personajes. Para el clima de Pereira usó mocasines negros, pantalón de pana azul oscuro y una chaqueta blanca. Vestimenta jovial en un hombre que tiene la cabeza y el bigote totalmente canos. Es menudo y bajito, pero conserva aún sus cejas tupidas y negras.
Divaga por unos segundos y lleva a los asistentes a la intimidad de su casa, su biblioteca repleta de diccionarios, enciclopedias y libros sobre el color. Mueve las manos con frecuencia, golpea los micrófonos, las grabadoras, todo lo que se interponga en el camino y no permite que nada interrumpa su relato. "El factor sorpresa es una técnica indispensable en cada historia", dice para introducir su amor por el cine y cómo ha influido en sus formas de contar. Hace hincapié en el mundo sensorial y recrea de nuevo otro de sus lugares comunes: la selva.
"¿Es mucha carreta, está muy largo?", pregunta y el auditorio responde al unísono:"no maestro continúe". Los muchachos se internan con él en un paseo por el Tapón del Darién. Cuenta su tristeza por la tala de árboles y da indicaciones como de cartero, pues repite los nombres de las veredas, los pasos, las mejores rutas y hasta los nombres de los habitantes que se encontró en el camino.
Salta con suavidad a uno de sus temas favoritos, las especialidades profesionales. Destaca la labor de los botánicos, biólogos, zoólogos, ornitólogos, médicos y geólogos que constituyen el cuaderno de sus fuentes más apreciadas. "Es como tener un consejo de redacción a mano". Les explica que la mejor técnica para un periodismo diario bien hecho es tener las fuentes por profesiones.
El detalle nutre sus historias, les da el realismo, "porque en la no ficción se trata de no inventar una sola coma". Su intención es acostar al lector en la cama del enfermo de paludismo, llevarlo al lugar perdido de Colombia y que sienta hasta las distintas tonalidades de verde. Aquí llega uno de sus personajes recurrentes, el pintor neirano David Manzur.
El color exacto
Otra pausa metódica. Vuelve sus ojos al texto que ya tiene en la memoria y cuenta cómo Manzur le enseñó los tipos de verdes para encontrar los colores exactos de la selva. "Ya voy a terminar", le dice a la moderadora con ojos de abuelo conversador.
Sin querer, pasa de la selva a la historia de la colonia y los buques que cruzaron el Atlántico desde Europa. Ahora los detalles hablan de mástiles, navegación y madera. Vuelve el Castro investigador que aprendió de velas, la soledad del marinero y los tipos de azul y gris del mar.
Los estudiantes han hecho a un lado los blackberry y ríen como niños. La magia de la conferencia se ha cumplido. Se han convertido en sus nietos. Les habla del paso por el Triángulo de las Bermudas, el Ártico, sus amigos pintores y las cámaras que acompañaron sus travesías. Con cada pausa se crea un silencio profundo.
"No me inventé nada, solo investigué. Muchas gracias", finaliza. Todos aplauden y detrás del bigote blanco sale una sonrisa franca. Germán Castro Caycedo ha cumplido con la conferencia del día.

1 comentario:

  1. "No me inventé nada, solo investigué"

    Filaka carajo, me encantó!!! me gusta que me cuentes cosas que me llevan más allá, que me invitan a imaginar otro relatos y otros sentires... como si se puediera trascender el hoy y las páginas hacia nuevos mundos y muchos deseos de ser y hacer a partir de la lectura.

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