domingo, 27 de mayo de 2012

Desagravios para un Quijote


Jamás he podido ser un Sancho, el papel del escudero me empezó a quedar grande con el tiempo. No le echo la culpa a mis quijotes, que en el camino han sido pocos. Le achaco mi incapacidad a las batallas. La dificultad que tengo para adaptarme a lo colectivo, el amor de grupo se me disuelve fácil. Llevo toda una vida con un gen activo, ese que va en contra de lo que huela a rebaño, a manada.

Mi primer Quijote fue más un guía, me llevó por caminos de locura, de alucinaciones y fervientes convicciones religiosas. Un día nos emborrachábamos hasta la médula, al otro ayunábamos para pagar pecados. Por la emoción, por la cantidad de bichos raros que nos encontramos en el recorrido, por poder fugarme de mi casa, amé a mi Quijote, le creí con vehemencia y lo seguí, casi, casi hasta el mismísimo manicomio. Vaya a saber uno si por sensatez o por simple agotamiento desistí de la marcha y encontré mi propia aventura. Nunca me lo perdonó, de vez en cuando me cuenta sus recorridos, me hace saber que la campaña terminó con mi partida. Poco nos vemos, lo sigo queriendo mucho.

Pensé que no hallaría de nuevo otro caballero hidalgo. Parece ser que una parte de mí busca a uno bueno, lo que sucede es que entra en conflicto con la parte que se dedica a la rebeldía. Un día abandoné una hazaña y desde lejos pude ver esa expresión de tristeza, una cara de decepción y lo supe: otra vez alguien me vio lo Sancho.

No tendré la panzota, ni monto en burro, pero digo todo cuanto se me ocurre y la lealtad es la raíz de mi carácter, cosa que a veces se me convierte en un defecto.  Entonces este ser, salido de un mundo lunático lleno de metas, ganas de cambiar el mundo y una ideología enrevesada, me encontró. Lo vi primero riéndose a escondidas de mis ocurrencias. Un día cualquiera me participó de una causa. Como lo de desfazer agravios me cansa tanto, pronto desistí. Eso sí, siempre le fui fiel y corrí a sus mandatos. Esta última era una invención a mi medida, hecha justamente para que lo siguiera en un recorrido de pinta divertida. Como mi alma me lleva la contraria hasta en lo más pequeño, renunció al proyecto, buscó el medio de transporte más rápido para la época y huyó con un viejo enamorado de mis cabellos. Y ahí va la decepción del de la triste figura.

Tal vez se encuentre al leer este relato absurdo. Aprovecharé para decirle que abandonar las causas no significa dejar de creer en quien las dirige. Que mi lealtad no tiene límites, pero mi personalidad me arrastra y se dedica a cuidarme de esa relación delirantemente hermosa. Jamás seré un Sancho, pero sin duda, siempre tendré una parte de mí que da muestras de ser un buen escudero.   

domingo, 13 de mayo de 2012

Mis diez mujeres

Para el niño al que atacó una estrella


Cuidado conmigo. Soy diez mujeres y apenas se están poniendo de acuerdo. Por eso le advierto que se aleje, que se busque por ahí en el mundo una mujer menos densa.
Una que sea distinta a esa que renunció al resguardo indígena el día en que su abuela le enseñó a garrotazos que la montaña ya no era su refugio. Su futuro estaba en la ciudad y tratará de aprender algo, solo para regresar fortalecida.
Ni se le acerque a la que se queda horas en la ducha. La que espera que el recorrido del agua caliente por su piel le ayude a resolver los grandes dilemas del día, como qué recado hacer primero o cómo dejar atrás un mal amor.
Porque esta, a pesar de ser exuberante en formas, no soporta los piropos de los obreros de la calle. Se embarca en revoluciones pequeñas y abre la boca cuando quiere llevar la contraria, sin importar a quién. Llora con las películas de guerra, defiende el género humano y se ofende ante los crímenes de poder.
Ella le mirará con malicia, balanceará las caderas cada vez que pase por su lado y con la vista fija  en los ojos le dirá cuanta cosa se le cruce por la cabeza. Le pedirá el placer a su manera y no se deje engañar porque le gusta mandar. Y así mismo, como es de apasionada, cuando estén en desacuerdo sacudirá las manos, subirá el tono de la voz y no le importará que le diga inmadura o niña. Porque esta señor, esta ama el conflicto.
Debería acostumbrarse a los terribles comentarios de: “ahí va la niña negra, que es la franqueza en pasta”.
Tome distancia de la que ríe a carcajadas, cuenta chistes en público y gana la simpatía de los extraños. Cuando llueve no quiere nada. Su sangre caliente se apaga y solo le gusta retozar entre sábanas, mientras de fondo suenan voces graves de cantadoras. El frío le duele, porque el calor le da un efecto colectivo, un navegar en multitudes que engolosina. Es ingenua y sensual sin proponérselo, por eso no se aterre que sea incapaz de decir malas palabras en lugares distintos a la cama.  
Tiene el genio del artista, se unta las narices en todos los olores, los sonidos y los ruidos. Disfruta distinguir unos de otros. Lo salpicará de óleos, de notas, siempre tendrá una canción para cada momento. No se confíe, esta, es la difusa.
La pequeña blanca de este laboratorio interno tampoco es la más confiable. Digo pequeña porque es la de menos experiencia. Tiene el cuerpo menudo, pero que no le engañe, sus caderas son anchas, fruto de una endemoniada combinación ancestral. Su mirada está perdida, como la de su abuela desconocida. Mira desde su altura con tranquilidad, sin sentirse propia, sin ser extraña. Es peligrosa: carece de miedo.
En medio de ellas estoy yo. Capaz de armar una maleta con todas ellas en quince minutos para un viaje que tome un mes sin ningún rumbo. Estaré entre cabellos lacios, crespos o dorados. No me verá hasta reconocerlas. Con sus plantas sucias por el piso de tierra y sus dedos apretados por los zapatos de tacón.  Los senos morenos como si siempre anduvieran al aire y las piernas fuertes por levantar niños en la espalda.
Soy yo, la que le bambolea las caderas, la de coquetería de ojos oscuros. Se me escapa la carcajada y ahí estoy, hablando duro. Prepárese para una maldad infantil que siempre se está maquinando en mi cabeza. Aléjese del deseo del primer beso sin dar.
Debería quedarse cada una en su tierra, en su tiempo, con su historia, pero ya he decidido dejarme gobernar por el mestizaje.