Jamás he podido ser un Sancho, el papel del escudero me
empezó a quedar grande con el tiempo. No le echo la culpa a mis quijotes, que
en el camino han sido pocos. Le achaco mi incapacidad a las batallas. La
dificultad que tengo para adaptarme a lo colectivo, el amor de grupo se me
disuelve fácil. Llevo toda una vida con un gen activo, ese que va en contra de
lo que huela a rebaño, a manada.
Mi primer Quijote fue más un guía, me llevó por caminos de
locura, de alucinaciones y fervientes convicciones religiosas. Un día nos
emborrachábamos hasta la médula, al otro ayunábamos para pagar pecados. Por la
emoción, por la cantidad de bichos raros que nos encontramos en el recorrido,
por poder fugarme de mi casa, amé a mi Quijote, le creí con vehemencia y lo
seguí, casi, casi hasta el mismísimo manicomio. Vaya a saber uno si por
sensatez o por simple agotamiento desistí de la marcha y encontré mi propia
aventura. Nunca me lo perdonó, de vez en cuando me cuenta sus recorridos, me
hace saber que la campaña terminó con mi partida. Poco nos vemos, lo sigo
queriendo mucho.
Pensé que no hallaría de nuevo otro caballero hidalgo.
Parece ser que una parte de mí busca a uno bueno, lo que sucede es que entra en
conflicto con la parte que se dedica a la rebeldía. Un día abandoné una hazaña
y desde lejos pude ver esa expresión de tristeza, una cara de decepción y lo
supe: otra vez alguien me vio lo Sancho.
No tendré la panzota, ni monto en burro, pero digo todo
cuanto se me ocurre y la lealtad es la raíz de mi carácter, cosa que a veces se
me convierte en un defecto. Entonces
este ser, salido de un mundo lunático lleno de metas, ganas de cambiar el mundo
y una ideología enrevesada, me encontró. Lo vi primero riéndose a escondidas de
mis ocurrencias. Un día cualquiera me participó de una causa. Como lo de
desfazer agravios me cansa tanto, pronto desistí. Eso sí, siempre le fui fiel y
corrí a sus mandatos. Esta última era una invención a mi medida, hecha
justamente para que lo siguiera en un recorrido de pinta divertida. Como mi alma
me lleva la contraria hasta en lo más pequeño, renunció al proyecto, buscó el
medio de transporte más rápido para la época y huyó con un viejo enamorado de
mis cabellos. Y ahí va la decepción del de la triste figura.
Tal vez se encuentre al leer este relato absurdo. Aprovecharé
para decirle que abandonar las causas no significa dejar de creer en quien las
dirige. Que mi lealtad no tiene límites, pero mi personalidad me arrastra y se
dedica a cuidarme de esa relación delirantemente hermosa. Jamás seré un Sancho,
pero sin duda, siempre tendré una parte de mí que da muestras de ser un buen
escudero.