De niña varias veces al año viajaba de Manizales a Cali para llegar al pueblo de los abuelos y era lo mejor del mundo.Freepik
domingo, 14 de marzo de 2021
La estación del niño
lunes, 18 de enero de 2021
Las desgracias del juntapalabras
El psicólogo
de la U. me dijo que escribiera lo que se me ocurriera. Disque porque yo sufro
de depresión y baja autoestima. Me mandó un librito de esos que son manuales
para vivir mejor. Lo del librito si no lo tranzo, pero escribir no es tan
complicado.
Hoy,
viernes, me fui a la clase de teorías y luego de micro. Tenía parcial de franja
y metodología. Listo, eso hice hoy.
Todo va
bien, mi mamá llamó y dijo que el trabajo está muy duro, que nos extraña y que está juntando plata para que vayamos a visitarla en vacaciones. Quién sabe cuáles,
porque llevamos tres diciembres esperando ir al extranjero.
El
preocupado es mi papá, porque Rosalía, su mujer, le dice que mi mamá se va a
conseguir uno de esos tipos de por allá, que creen que las latinas son muy
buenas y luego se va a poner a tener más hijos. Que Julián y yo ya no cabremos
en sus planes y adiós vacaciones fuera de Colombia…
Julián jodió toda la noche, que no podía dormir porque Rosalía le había contado que en otros países a los colombianos les pegaban y se vio Historia americana X y quedó todo psicosiado pensando en mi mamá. Hombre, casi que no se duerme y se metió en mi cama y como yo no tenía clase hasta las 10 de la mañana se quedó dormido y no fue al colegio. Rosalía se dio cuenta, pero no le contó a mi papá. Listo, ya acabé con el cuento familiar.
Lo maluco
fue que Anita me dijo que me estaba poniendo cansón, que era mejor que dejáramos
las cosas así. “Ya la pasamos bueno y mejor lo superamos”. Ahh, la muyyy. Y me
dice que la pasamos bueno, como si lo de nosotros fuera una entrada a los
carros chocones.
Fuerte el
golpe. La llamé por la tarde y chao, que no la llame más. Y llega mi papá y me
pregunta que si me peleé con la novia, que porque la vio en el centro comercial
colgada del brazo de mi compañero de salón, “ese que le dicen Juancho”. Mucha traidora, me termina y a la media hora está con cualquiera. ¡Y Juancho, que justo
me había dicho que no era para mí! Mejor dicho, ni digo.
Bueno,
tampoco la voy a extrañar mucho. Éramos buen catre, pero de
conversación nada. Las visitas eran: “hola, qué has hecho, cómo hace de calor.
¿Vamos para el cuarto?”. Acabamos y “nos vemos en la U.”. No le hice caso a Juancho
cuando me advirtió que esa nena no, que le cayera a Silvina. “Esa sí es una
niña bien interesante, tiene unos detalles bonitos”. Yo si no doy pie con bola.
Eso le
expliqué al psicólogo. Eso mismo, pero qué se va uno a decir que dejó a la 10
por un 3. El caso es que conocí a Silvina hace tres meses y cuando la vi me
dije: “esta es la mía”. No sé explicar eso. Uno conoce una vieja y le gusta y
ya. Química que llaman, pero estoy por pensar que eso va más allá de lo que uno
puede manejar.
La cosa es
que Silvina no me había visto. Yo era un punto más en la pista. Me le acerqué a
bailar y ni se inmutó. Así que me tocó el recurso del amigo del amigo. Un
compañero de ella, que había estudiado en mi colegio me hizo el cruce y me la
presentó. Eso fue en la integración de primíparos, cuando uno no es ni de aquí,
ni de allá.
Silvina
estudia publicidad y es calmadita, pero alegre. Es muy, muy, no sé cómo se dice
esa palabra. Digamos que es directa. Pero a mí me la puso difícil. Yo me le
acercaba y ella se corría. Intenté ponerle tema y ni me miraba. Después de una
hora logré que me diera el número de teléfono. Pensé que todo estaba
perdido, pero me dijo en el oído que cuando la llamara le contara un cuento sobre la
palabra que más me gustaba del español. Chao, mua, mua.
Una semana
echándole cabeza y nada que la llamaba. Mi mamá llamó y le pregunté qué era lo
que más me gustaba de chiquito. Como estaba medio melancólica me dijo que me
gustaba dormir con ella y ponerle la cabeza en la barriga. Nooo, eso no se
cuenta, menos a la vieja que le gusta a uno. A ver, la palabra que más me gusta es, mi mamá,
bla, bla, bla. Ni me imagino la risita.
Piense y
piense. Así me pasé como un mes. Unos días me dediqué al abecedario. Como si
estuviera jugando stop en el colegio. A ver, con la A, y yo listo; nombre,
animal, fruta, cosa, ciudad. Andrés, águila, anón, armario, Armenia. Ninguna palabra
tan importante, nada del otro mundo.
Amor, por…
¿Qué cuento le echo? Nada. Anís, alcornoque, alpargata. Arrivederci, porque no
se me ocurrió ninguna palabra que valiera la pena.
Así que eché
mano del diccionario, el pequeño Larousse que pesa como un kilo. Por nombres propios,
comunes, historia, corriente. Nada, no pasé de la A. Qué libro más mamón.
Recurrí a herramientas de emergencia, le pregunté al poeta de la clase. Raúl
era un duro para conquistar a las compañeras con versos cursis que las ponía a
decir: “ay tan lindo”.
“¿A ver
hermano, la palabra más bonita? Amor, porque el amor todo lo puede, el amor es
fuerte”. Qué mierda, que cuento del amor ni que ocho cuartos. Luego hablé con
Rita, una profesora de español amiga de Rosalía. “Rita, ¿cuál es la palabra que
más le gusta del español?” “Todas tienen algo que contar. Hasta la más
pequeña, como las preposiciones, interjecciones…” Y empezó con una retahíla y
un cuento más raro de que las dividiera en sujetos, verbos, adjetivos y un
montón de maricaditas que me pusieron más complicada la conquista.
Al segundo
mes yo ya me había leído partes del diccionario de antónimos y sinónimos, la
biblia, hasta hice crucigramas. Lo peor, los poemas de Raúl, que terminaron
melcochándome la cabeza. Me di por vencido. Silvina ni se acordaría de mí. Me
puso una tarea imposible. Yo creo que ni todos los nobeles de literatura juntos
podrían decidirse.
Así que
bien puto que estaba la llamé y le dije: “vea mijita, usted está como loquita.
Yo no sé qué decirle, porque este hijuemadre idioma tiene tantas palabras que ni
en toda mi vida podría decidirme por una sola”. Proseguí a dramatizar todo mi calvario
y ella calladita escuchó la cantaleta, con los empalagosos poemas de Raúl
incluidos. Le rematé con que “y si quiere encontrar su palabra, mejor busque por
su cuenta para que sepa lo que es enredarse la cabeza. Si la idea era hacerme
el quite, pues mejor me lo hubiera hecho hace dos meses cuando podía juntar las
letras y me servían sin pensarlas tanto”.
Silencio.
Creí que después de semejante vaciada me había colgado, pero otra vez me
equivoqué con ella. Soltó una risotada y luego dijo: “Ahí está el cuento.
Mañana a las 2:00 de la tarde nos vemos en frente del parque del castillo”.
¿Qué, qué? Colgó
y me quedé un rato suspendido, esperando que pasara algo. Reacción en cadena.
No dije que sí, pero estaba comprometido. Julián tenía reunión a las 2:00 de la
tarde en el colegio y me habían dejado de acudiente, pero no podía faltar a la
cita con Silvi, mucho menos cancelar. Pobre Julián, pa’l carajo todo.
Iba en lo
de Silvina. La mujer me puso a sufrir desde el principio y yo matado con ella. Soy
el testimonio de que la mierdoterapia funciona, ahí me tenía en la palma de la
mano. Me emperifollé con la loción fina de mi papá, me peiné con gel de mil
maneras y por puro pinche me puse los zapatos de cuero.
Toda la
mañana me la pasé ante el espejo y me tocó irme sin almorzar para no tener que
encontrarme con Julián, porque donde se enterara me armaba el escándalo. Aparte de
todo, me empaqué la plata que mi papá había dejado para mercar.
La cita… Después
de todo este tiempo digo que fue un logro. Primero, que una muchacha de esas
como Silvina se fijara mí era increíble. Además, que me considerara interesante
era demasiado. Eso me dijo cuando llegó al parque del castillo, justo a las 3
de la tarde cuando yo ya había perdido las esperanzas. Ni me mintió, ni me
explicó por qué llegó tarde. Le di un pico en la mejilla y le extendí la mano,
pero me agarró todo el brazo. Me hizo feliz con eso. El cuadro no me lo
imaginaba, una señorita de publicidad, de esas que le ponían filosofía al 2+2 y
que escuchaba música que no sale en la radio. Mejor dicho. Sin embargo, yo no
dejaba de hablar. Le conté de todo en tres horas y ella me escuchó hasta los
suspiros. Comimos helado, vimos un grupo que tocaba en el parque. Le compré
pizza, un libro de los que había leído para encontrar la superpalabra y una
manilla de hippie para que me recordara. La fui a dejar a la casa y en la
puerta, cuando ya estaba listo y bien puesto para el beso… “chao, nos vemos”. Y
cerró la puerta.
Mal, quedé
frío. Nada, ni una sonrisa pues. Como un amiguito de la ruta del colegio que la
acompañó hasta la casa. Le había contado hasta lo de la barriguita de mi mamá y
no cedió nada.
Ni un
toquecito de mano. Ni la frase de dedicatoria del libro sirvió: “Para la mujer
que embellece entre palabras”. Nada, como un poste.
El balance
de la tarde era desastroso. No fui a la reunión de Julián. Mi papá y Rosalía
llegaron antes que yo y se enteraron de que a mi hermano no lo dejaron entrar
al colegio, porque el acudiente no había asistido al regaño que le tenía
preparado el rector. “Y si no aparecen sus acudientes, mejor no vuelva”. De la
plata del mercado sólo me sobró lo del pasaje de la casa de Silvina a la mía.
Un compañero me dejó razón con mi papá de que el profesor de Química había
hecho un examen sorpresa y que me tocaba habilitar la materia por baja asistencia.
Malo, malo, pero pésimo y perverso. Nefasto, hijueputa.
Ahí lo
tiene señor psicólogo, escribí lo que se me ocurrió.