Foto: Ángela Hurtado, resguardo Pioyá, Corinto Cauca. 2014 |
Dicen que nadie nos entiende, y yo creo que hay un atraso de
miles de años en el intento de hacerlo. Calculemos superficialmente, son como dos
mil años en los que dimos la vida por ser el ángel de la casa y otros dos mil en
los que fuimos simples objetos de negociación entre clanes.
Esas frases de abuelito me encienden el espíritu, porque
toda pelea edípica comienza con negar que uno se parece a la mamá. Yo me peleé
con la mía, aún lo hago, por la diferencia. Sin embargo, ahora sé que ella está del lado de las mujeres
que optaron por sí mismas, y por eso con el pasar de los años aspiro si quiera
parecerme más a ella.
Al tiempo, reconozco que hay que buscarles un lugar en la
historia a todas las que no quedaron en los libros, que fueron censuradas en
las enciclopedias y cuyos escritos se perdieron en la rigidez del patriarcado y
la violencia del machismo.
Resulta que tengo que decirles que: “las de antes y las de
hoy somos las mismas”. Desde que existimos hemos sido homosexuales, bisexuales,
transexuales, políticas, líderes, constructoras, médicas, sacerdotisas… Siempre
hemos sido humanas, siempre hemos sido mujeres. Hemos tenido ambición de poder,
de dinero, de amor, de sexo y de intelecto.
Es obvio que el lugar de hoy sí es distinto al de antes. No
obstante, por esas magias de la humanidad convivimos con los prejuicios del
pasado aquí en el presente. Seguimos siendo maltratadas, el machismo sigue
abnegando el espíritu de muchas. Algunas no pasarán a la historia o se
mantendrán reclamando el reconocimiento que se merecen.
Nos enfrentamos a nuestras prevenciones, las flaquezas
internas, las sombras y dudas. Ser humanas nos ha costado. Nos costó hogueras,
decapitaciones, lapidaciones. Nos ha costado el chisme ambulante, el juicio
familiar, el señalamiento de otras mujeres. En la batalla por nuestra humanidad
hasta perdimos el placer de nuestro cuerpo, nos mutilaron el clítoris, nos
sometieron a electrochoques, nos llenaron de hormonas y químicos.
Muchas, lastimosamente, perdimos nuestro contacto con lo
masculino, nuestra posibilidad de amar a los hombres e incorporarlos como
compañeros. Sacrificamos su sabiduría para alcanzar valía para la
nuestra. Nos volvimos arribistas en nuestras relaciones y empezamos a
clasificarlos y objetualizarlos. Para mí, en una despiadada e innecesaria venganza.
Ahora lidiamos con la bulimia, la anorexia, las cirugías
plásticas, las dietas estrictas, el deporte excesivo. La necesidad de complacer
a otros, de ser buenas amantes, de ser madres modernas y de cumplir nuestros
sueños a costa incluso de nuestra propia salud. Seguimos siendo iguales, nos
seguimos sacrificando por cumplir los modelos externos.
Dar un paso al lado, optar por nosotras mismas no es nuevo.
Siempre lo hicimos, lo hacemos y lo haremos. Es simple, esa es la esencia de la
humanidad. ¿La diferencia? Ahora sacamos más provecho de la libertad para hacerlo y encontramos miles de canales para expresar todo ese universo interno que aún nos falta por explorar.