Las religiones actuales nos deben a las mujeres y creo que
no nos van a pagar nunca. Nos deben más de dos mil años de vendernos un paquete
peligroso que hemos comprado a ciegas. La etiqueta dice amor, pero en realidad
es la idea de que sin los hombres somos seres incompletos.
Quiero con todas mis fuerzas que esta columna sea como las otras, pero creo que no lo lograré, por la sencilla razón de que ando leyendo intensamente libros de psicoanálisis. Quien liberó a los hombres de estarse juzgando a ellos mismos y echándose culpas, es el mismo que predicó que la mujer es un hombre imperfecto y la que optara por trabajar, escribir o ser soltera sin hijos, era porque estaba frustrada y tenía un desorden patológico. Pero aquí no estamos para hablar mal de Freud. Aquí estamos para ver el día a día.
He acompañado por muchas horas las lágrimas de las entusadas, escuchado los reclamos de las madres, las frases hirientes de las amantes y las maldiciones que echan todas cuando se les sale la bruja. Y llegué a la conclusión clara y sonora: Llevamos siglos divididas, clasificadas y dándonos garrote.
La idea de Dios que se mueve en este planeta llamado Latinoamérica es la de un macho muy macho, independiente, rebelde, todo lo puede, todo lo hace y nada se le cuestiona. Si no le da la gana de tener pareja dice: “no quiero novia, quiero vacilar”. Y luego, por cosas de su propia autonomía decide: “llegó la hora de organizarme y sentar cabeza”. Es un ser sencillo que se va a recorrer Suramérica en moto y vuelve como un héroe.
No seré yo quien juzgue a los hombres, y nadie más lo será, porque desde el dios del inconsciente colectivo, ellos son libres. A mí no me da rabia, me da envidia.
Posicionar a un dios como salvador personal de los hombres nos ata a ellos como un accesorio. Así que la plenitud espiritual nos cuesta el doble, porque tenemos que adaptar el discurso y así y todo nos queda faltando. Aclaro primero un punto. Desde la práctica atestiguo cómo algunos predicadores de la iglesia Católica, por ejemplo, se esfuerzan por igualar el mensaje, insisten en que se aplica para todos los géneros y que Dios no tiene sexo. Pero señoras y señores, la biblia está en masculino. En el imaginario popular tiene mejor capilla Pedro, el que negó a Jesús, que Magdalena, la fiel hasta la muerte; tanto así que a uno le dicen santo y a la otra prostituta.
Sea atea o creyente sobre esta base está nuestra cultura. La existencia femenina se diseña desde afuera de ella misma. Entonces cada paso que damos es examinado, cada frase es juzgada, cada decisión debemos explicarla y defender nuestro ser, porque el opinómetro social nos persigue. Ahora querida, pon ese opinómetro en tu cabeza y dime si a ti como a mí, no nos mortifica desde adentro.
Resultado, vivimos agotadas, agotadas porque todas esas defensas del ser nos desconcentran. A la energía que debemos invertir en nuestros proyectos de vida, debemos restarle la que gastamos explicándole nuestro comportamiento a los familiares. Llorando porque el que amamos no nos ama o dándonos palo, porque fulanita la más odiosa del colegio ya se casó y yo nada. Vivimos en un mundo comparativo. Los hombres tienen su dios único e incondicional que los ama como quiera que sean. Nosotras ¿…?
Yo no puedo vivir en comparación con los hombres. No me
sirven de referente, porque poco los entiendo. Prefiero amarlos dulcemente y
dejarlos llegar sin pensar mucho. Ahora,
en mi objetivo de matar mi morronga interna voy a reducir la comparación con otras
mujeres, con los ideales de lo que deberíamos ser o con las fantasías de seres
femeninos que no existen. Las invito a intentarlo, a vivir y ser libres. Yo ya
me cansé de dar explicaciones y defenderme. Ojalá muchas opten por simplemente
ser y muy conscientemente construir su
diosa personal.
Oleo por Margarita Hurtado |