miércoles, 29 de octubre de 2014

La revolución de las quinceañeras


Que quede claro, ni cuando tuve quince estuve de acuerdo con las fiestas para quinceañeras. Quise una moto, no me la dieron por peligrosa; quise un viaje, no lo hubo por falta de plata. Entonces tuve una fiesta como última opción, pero eso sí, con nuestras reglas. Es decir, las de mi mamá y las mías. No hubo columpios, ni vestido pomposo, ni zapatillas de cristal, ni edecanes, ni entrega de padre a novio, ni ese montón de arandelas, que desde mi desobediencia adolescente no clasificaban. Mi mamá tachó de entrada la canción de las 15 primaveras y la ranchera Mi niña bonita. Así de sencillo, muy a nuestro estilo fue una oportunidad para bailar hasta la madrugada y se cantó a coro el bolero Cosas como tú.

Eso fue hace 15 años, pero ahora me doy cuenta de que los símbolos de esa celebración no han cambiado mucho. A pesar de que aumentan las quinceañeras con bebés al hombro, las que son maltratadas por sus novios o parientes y la situación de las niñas en el mundo no es la mejor, se sigue celebrando el día aquel, con sus rituales que para muchos perpetúan el machismo y la idea de que la mujer es para el mundo y no para ella misma.

Actualmente el mensaje es más exigente. Además del asunto tradicional, se le suma lo de ser una excelente profesional, una ciudadana ejemplar y un modelo a seguir. Un montón de cargas y grilletes de lo que debe ser una mujer moderna. A mis treinta y pico ya estoy cansada de intentar cumplir con ellas. Muchas nos demoramos 15 años en soltar, imagínense el panorama para las que llegan.

Vamos a desmitificar esto empezando por la claridad: La celebración es un ritual precolombino de la primera menstruación de la mujer. ¿Significa el paso de niña a mujer?  Pues sí, pero no es excusa para reproducir en símbolos el concepto de que la niña va a pasar de la casa de los papás a la casa del marido.  

Una nota aparte, para que conste; de las quinceañeras de hoy en día, o por lo menos las que conozco, muy pocas pasan a la casa del marido, ni tienen el más mínimo interés de salir a buscar uno. Sus regalos no incluyen ofrendas al dios de la fertilidad, más bien al de la tecnología, porque quieren celulares de alta gama, portátiles o tablas. Entonces mi proposición es que si ya de por sí las señoritas son distintas- escuchan reggaeton y no el sonido de la quena-, pues cambiemos los símbolos.

Estoy de acuerdo en que hay una transición y que eso de entrar a la pubertad es complejo, todo se ve y se siente distinto. Los indígenas nasa realizan un ritual de armonización para cada transformación, y en mi libre interpretación lo veo como una sincronización con la naturaleza, el alma y el cuerpo humano. Así que se reciben nuevas propuestas para las señoritas.

En mi último convite quinceañero el papá estuvo a punto de ponerle a la niña unas botas de caucho en vez de un tacón de 10 centímetros. No lo logró, pero vale como propuesta. También se hizo un llamado a la desobediencia, a romper los esquemas e imponer sus propias reglas. Lo quisiera para mi hija. Por ejemplo, le diría en su momento que aunque no le dé una moto y un viaje le daré alas para que haga con su vida lo que quiera.

También le ofrecería una variedad de tenis para que arrancara a correr por el mundo y en vez de cantar 15 primaveras, le dedicaría algo más explosivo, un himno libertario como Don’t stop me now de Queen. A cambio del discurso de las velas le regalaría La desobediencia civil de Thoreau y Un cuarto propio de Virginia Woolf. Seguro que a sus quince esto le parecerá una mamertada bien confusa, pero tendrá los quince que me dieron a mí, unos libres de cadenas.