Que quede claro, ni
cuando tuve quince estuve de acuerdo con las fiestas para quinceañeras. Quise
una moto, no me la dieron por peligrosa; quise un viaje, no lo hubo por falta
de plata. Entonces tuve una fiesta como última opción, pero eso sí, con
nuestras reglas. Es decir, las de mi mamá y las mías. No hubo columpios, ni
vestido pomposo, ni zapatillas de cristal, ni edecanes, ni entrega de padre a
novio, ni ese montón de arandelas, que desde mi desobediencia adolescente no
clasificaban. Mi mamá tachó de entrada la canción de las 15 primaveras y la
ranchera Mi niña bonita. Así de sencillo, muy a nuestro estilo fue una
oportunidad para bailar hasta la madrugada y se cantó a coro el bolero Cosas
como tú.
Eso fue hace 15 años,
pero ahora me doy cuenta de que los símbolos de esa celebración no han cambiado
mucho. A pesar de que aumentan las quinceañeras con bebés al hombro, las que
son maltratadas por sus novios o parientes y la situación de las niñas en el
mundo no es la mejor, se sigue celebrando el día aquel, con sus rituales que
para muchos perpetúan el machismo y la idea de que la mujer es para el mundo y
no para ella misma.
Actualmente el mensaje
es más exigente. Además del asunto tradicional, se le suma lo de ser una
excelente profesional, una ciudadana ejemplar y un modelo a seguir. Un montón
de cargas y grilletes de lo que debe ser una mujer moderna. A mis treinta y
pico ya estoy cansada de intentar cumplir con ellas. Muchas nos demoramos 15
años en soltar, imagínense el panorama para las que llegan.
Vamos a desmitificar
esto empezando por la claridad: La celebración es un ritual precolombino de la
primera menstruación de la mujer. ¿Significa el paso de niña a mujer? Pues sí, pero no es excusa para reproducir en
símbolos el concepto de que la niña va a pasar de la casa de los papás a la
casa del marido.
Una nota aparte, para
que conste; de las quinceañeras de hoy en día, o por lo menos las que conozco,
muy pocas pasan a la casa del marido, ni tienen el más mínimo interés de salir
a buscar uno. Sus regalos no incluyen ofrendas al dios de la fertilidad, más
bien al de la tecnología, porque quieren celulares de alta gama, portátiles o
tablas. Entonces mi proposición es que si ya de por sí las señoritas son
distintas- escuchan reggaeton y no el sonido de la quena-, pues cambiemos los
símbolos.
Estoy de acuerdo en que
hay una transición y que eso de entrar a la pubertad es complejo, todo se ve y
se siente distinto. Los indígenas nasa realizan un ritual de armonización para cada
transformación, y en mi libre interpretación lo veo como una sincronización con
la naturaleza, el alma y el cuerpo humano. Así que se reciben nuevas propuestas
para las señoritas.
En mi último convite
quinceañero el papá estuvo a punto de ponerle a la niña unas botas de caucho en
vez de un tacón de 10 centímetros. No lo logró, pero vale como propuesta.
También se hizo un llamado a la desobediencia, a romper los esquemas e imponer sus
propias reglas. Lo quisiera para mi hija. Por ejemplo, le diría en su momento
que aunque no le dé una moto y un viaje le daré alas para que haga con su vida
lo que quiera.
También le ofrecería
una variedad de tenis para que arrancara a correr por el mundo y en vez de
cantar 15 primaveras, le dedicaría algo más explosivo, un himno libertario como
Don’t stop me now de Queen. A cambio del discurso de las
velas le regalaría La desobediencia civil de Thoreau y Un cuarto propio de
Virginia Woolf. Seguro que a sus quince esto le parecerá una mamertada bien
confusa, pero tendrá los quince que me dieron a mí, unos libres de cadenas.