Un grupo de amigos que
tenía en Manizales había decidido cambiarle el nombre al Día de la mujer, “de
ahora en adelante será el Día de la pose”. La propuesta me molestó mucho en su
momento, pero ahora que lo pienso bien a pesar de la independencia intelectual,
ideológica y hasta sentimental, el asuntico este de parecer ser nos atormenta a
muchas.
Los corsés mentales
nos reprimen y uno muy fuerte es la voz esa que en lo profundo nos dice que
debemos “ser cómo” o “así vas a parecer una”. La seguridad de las mujeres a
veces está amarrada a la lista de lo que no se debe ser. Que no se te vea
desesperada, que no vea que eres mandona, que no se te note lo histérica, que no
crea que eres complicada, que “el que muestra el hambre no come”. Cosas que se
contradicen unas con otras, como decía Sor Juana Inés de la Cruz, “a una culpáis
por cruel y a otra por fácil culpáis”. Con tanta pose encima se nos va volviendo
todo un enredo desnudarnos o que nos desnuden.
Voy a hacer un
ejercicio llamado coquetería. Lo practico mucho en mi labor de periodista, de
novia y de simple cliente de un bar. Entonces me pongo un vestido que ya no sé
si es de mi corte o prefabricado. Se llama encantadora. Este vestido, adornado
por mí misma, con todo el canutillo y lentejuela que me ha dado la cultura
machista, tiene los siguientes accesorios: sonrisa pícara, mirada por el rabito
del ojo y un caminar sinuoso e indiferente. ¿Les suena familiar?
Esa coqueta, así en su
superficie, está hecha para llamar la atención, o sea el gancho. Pero me da tristeza
reconocer que a veces se nos va la mano y toca sostener el cañazo bajo nuestro
propio riesgo. Entonces, además del vestido se viene toda una retahíla de
palabras complacientes, risas fáciles sobre chistes pésimos e incluso soportar estoicamente
miradas morbosas o comentarios de doble sentido. Todo eso simplemente para
sostener ese armatoste en el que ya se convirtió el traje de encantadora.
Pensé por mucho tiempo
que ese disfraz era útil. – En serio lo es, abrí puertas muy cerradas a punta
de sonrisas-. Sin embargo, se vuelve un arma de doble filo, un animal peligroso
que hay que alimentar para no molestar a los demás, caer bien, ser cortés,
políticamente correcta, empleada modelo, ejemplo social y una palabra nueva que
nunca veo usada para el género femenino, una promujer. La pose, señoras mías, pesa. Sus consecuencias a largo
plazo son tristísimas. Detrás de ella se esconden la violencia intrafamiliar,
los abusos sexuales, el acoso laboral, la humillación y la denigración del ser
humano.
Pesa en nuestros
hombros en la medida en que la queramos seguir cargando. Tal vez el universo
masculino tenga otras cargas a la que se le suma corresponder a una posuda, un
trabajo desgastante para cualquier pareja, hijo, marido o padre. Si de la
historia del sexo hablamos, en este último siglo la revolución femenina va en
la etapa más interesante, esas presiones como tener hijos, casarse, ocultar la
orientación sexual o conservar el empleo a pesar del abuso se han replanteado.
Las leyes van dejando las poses sin algunas de sus prendas más vistosas y vale
más defenderse con autoridad que con ideas difusas.
Empelotarse después de
años de pose es mi invitación. Vamos a quitarnos de a poquitos o de una sola esa ropa
impuesta. La desnudez es el reto. Claro, tras años de no verse la piel hasta
podría sorprenderse uno descubriendo que tiene encantos ocultos que solo el más
aguzado ojo puede identificar, y que al estar expuestos se potencian.
Aprendí de mi madre a ser auténtica y a confiar en las personas que lo son.
Allí donde el ser humano es capaz de abrir sus vulnerabilidades y texturas es
donde he encontrado a la gente que más aprecio. Supongo que con el tiempo lograré irme quedando sin ningún canutillo pegado al cuerpo y a caminar desnuda con la frente alta.
Tal vez sea en la casa
en donde la posuda descansa, se quita todo su aparataje y saca su represión a
punta de llanto, explosiones de ira o se dedica a comer la hamburguesa que
cambió en la calle por una ensalada. ¿Qué sé yo? Al final, solo en mi intimidad
revelo cómo descanso de mis propios vestidos.