lunes, 3 de febrero de 2014

Por el derecho al reinicio

Foto tomada de google.
Soy una fanática de los cuentos de los hermanos Grimm. Todos los sábados me despierto para ver una y otra vez cómo la doncella vence los peores hechizos y derrota con sus virtudes a los duendes, brujas y demonios que la atacan. Sé también que a cambio recibe todas las veces lo mismo: “por tu coraje, arrojo y valor te premiamos con un príncipe”. Entonces dicen que fueron felices para siempre y entregan al hombre como artículo de promoción. No se admiten devoluciones y punto final.

Este estándar de cuento, muy occidentalizado y judeocristiano, podría tener otros fines, como que a la princesa le den otra princesa o que el príncipe la integre a su séquito de esposas. O que le den alguna gratificación y monte una exitosa empresa de seguridad privada contra brujas y maleficios (seguro hay todavía muchos clientes en este campo). Pero bueno, no quiero armar debate por los posibles fines, este, en particular, es conservador y cercano al que se inculca en el mundo en que crecí.

Lo triste es que el cuento se vuelve una camisa de fuerza y las mujeres nos vamos quedando con una sola versión de las cosas y renunciar a ella crea conflictos internos, recriminaciones y mucho sufrimiento. La sociedad no es perversa, simplemente funda instituciones como el matrimonio, el noviazgo y ene rituales sobre las relaciones de pareja para mostrar a las futuras generaciones un ideal de cómo serían las cosas. Un deber ser de felicidad compartida. El problemita está en que el “para siempre” también se acaba y muchas prefieren conservarlo así sea en el fondo falso. Aceptan maltratos, abusos, infidelidades, frustraciones y se vuelven hipócritas ante la sociedad y sí mismas, solo por el temor a perderlo. Este es un demonio que sus virtudes se niegan a vencer.

Además de que pienso que la relación de pareja está sobrepublicitada y tiene más marketing que la amistad, la hermandad o la soltería (esta todavía no entra al top of mind del consumidor), creo que la energía femenina y también, la masculina, se enfoca demasiado en forzar el cuento. Veo por ahí muchos que sufren en silencio, guardan falsas expectativas y creen realmente que su pareja recapacitará y será como era o lo que es peor, como nunca fue.

Aceptemos que podemos diversificar la versión, que pueden entrar nuevos personajes, escenarios o batallas. Que siempre es un simple adverbio, que todos los sentimientos cambian, y que la boda solo es la ceremonia. ¿Por qué ser solo La cenicienta, Raponzel o Blancanieves? Las historias de los Grimm son miles, tantas que necesitaron tres tomos para abarcarlas. Entonces, por qué conformarse con una, si la gracia es vivirlas todas.

Afirmo para mí y para todas las mujeres que amo, que tenemos derecho a armar nuestro propio cuento de hadas. Que no hay que andar criticando a la que sueña con esos ideales y encuentra en ellos su felicidad. Sin embargo, las que no la hallaron, descubrieron realmente en dónde estaba y quieren que el príncipe les devuelva sus virtudes, pueden hacer el respectivo reclamo y decir: “este gato no sirvió”.

Tengo la convicción de que pueden encontrar nuevas y mejoradas versiones de su propio Disney.  Y como la sociedad piensa en todo y sabe que no todo hombre es príncipe y que no todo príncipe llega a rey,  admite que hay princesas que serán más felices en el bosque que en el castillo, por lo que legalizó hace rato otros rituales como el divorcio, la separación y la reparación.


Doncellas, el “control+alt+suprimir” ya está inventado, y quien quiera y lo requiera debe sentirse libre de usarlo. Apropiémonos de él y hagamos valer “el para siempre” de nuestro derecho al reinicio.