Foto tomada de google. |
Soy una fanática de los
cuentos de los hermanos Grimm. Todos los sábados me despierto para ver una y
otra vez cómo la doncella vence los peores hechizos y derrota con sus virtudes
a los duendes, brujas y demonios que la atacan. Sé también que a cambio recibe todas
las veces lo mismo: “por tu coraje, arrojo y valor te premiamos con un príncipe”.
Entonces dicen que fueron felices para siempre y entregan al hombre como artículo
de promoción. No se admiten devoluciones y punto final.
Este estándar de cuento,
muy occidentalizado y judeocristiano, podría tener otros fines, como que a la
princesa le den otra princesa o que el príncipe la integre a su séquito de esposas.
O que le den alguna gratificación y monte una exitosa empresa de seguridad
privada contra brujas y maleficios (seguro hay todavía muchos clientes en este
campo). Pero bueno, no quiero armar debate por los posibles fines, este, en
particular, es conservador y cercano al que se inculca en el mundo en que
crecí.
Lo triste es que el cuento
se vuelve una camisa de fuerza y las mujeres nos vamos quedando con una sola versión
de las cosas y renunciar a ella crea conflictos internos, recriminaciones y
mucho sufrimiento. La sociedad no es perversa, simplemente funda instituciones
como el matrimonio, el noviazgo y ene rituales sobre las relaciones de pareja
para mostrar a las futuras generaciones un ideal de cómo serían las cosas. Un
deber ser de felicidad compartida. El problemita está en que el “para siempre” también
se acaba y muchas prefieren conservarlo así sea en el fondo falso. Aceptan
maltratos, abusos, infidelidades, frustraciones y se vuelven hipócritas ante la
sociedad y sí mismas, solo por el temor a perderlo. Este es un demonio que sus
virtudes se niegan a vencer.
Además de que pienso que
la relación de pareja está sobrepublicitada y tiene más marketing que la
amistad, la hermandad o la soltería (esta todavía no entra al top of mind del
consumidor), creo que la energía femenina y también, la masculina, se enfoca
demasiado en forzar el cuento. Veo por ahí muchos que sufren en silencio,
guardan falsas expectativas y creen realmente que su pareja recapacitará y será
como era o lo que es peor, como nunca fue.
Aceptemos que podemos
diversificar la versión, que pueden entrar nuevos personajes, escenarios o
batallas. Que siempre es un simple adverbio, que todos los sentimientos
cambian, y que la boda solo es la ceremonia. ¿Por qué ser solo La cenicienta,
Raponzel o Blancanieves? Las historias de los Grimm son miles, tantas que
necesitaron tres tomos para abarcarlas. Entonces, por qué conformarse con una, si
la gracia es vivirlas todas.
Afirmo para mí y para
todas las mujeres que amo, que tenemos derecho a armar nuestro propio cuento de
hadas. Que no hay que andar criticando a la que sueña con esos ideales y encuentra
en ellos su felicidad. Sin embargo, las que no la hallaron, descubrieron
realmente en dónde estaba y quieren que el príncipe les devuelva sus virtudes, pueden
hacer el respectivo reclamo y decir: “este gato no sirvió”.
Tengo la convicción de que
pueden encontrar nuevas y mejoradas versiones de su propio Disney. Y como la sociedad piensa en todo y sabe que
no todo hombre es príncipe y que no todo príncipe llega a rey, admite que hay princesas que serán más
felices en el bosque que en el castillo, por lo que legalizó hace rato otros
rituales como el divorcio, la separación y la reparación.
Doncellas, el “control+alt+suprimir”
ya está inventado, y quien quiera y lo requiera debe sentirse libre de usarlo. Apropiémonos
de él y hagamos valer “el para siempre” de nuestro derecho al reinicio.