miércoles, 3 de abril de 2013

Señales para cazar a un acuático

Estamos los acuáticos, los que creemos en los poderes del color del mar, sentimos que la vida pasa mejor a la orilla del río. Somos a los que el pescado crudo nos hace agua la boca y nadamos horas interminables. Navegamos, nos dejamos navegar. Buscamos siempre la orilla, el límite, el borde que se une con el sol. Los que hallamos sin querer océanos eternamente profundos. Somos los que nos sumergimos, amamos en silencio y en medio de una larga autopista imaginamos que estiramos la mano para tocar con la yema de los dedos cualquier superficie húmeda. Un lago, un estanque, un aguacero, las gotas que salen de la ducha. Estamos los acuáticos.
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"Cuéntame"
  
Supongo que somos muchos, pero hasta ahora solo sé que existo yo.

"Como el Principito en una isla"

He encontrado rasgos de acuáticos en ciertos humanos, pero luego, si te hundes en sus ojos, te das cuenta de que simplemente les gusta el agua.  
No tenemos miedo de ahogarnos y nuestro sueño recurrente es nadar o dormitar elevados a pocos centímetros del mar.  
Sentimos, cuando braceamos, que no hay ninguna diferencia entre flotar y soñar en un colchón de la tierra.

Si los miras fijo, te darás cuenta de que tienen agua en los ojos. Se nota más en la mañana. Los abren con naturalidad ante la fuerza del río, la sal marina o el cloro de las piscinas.

Padecen de intensa sed y piel seca, pero por contradicción aman el calor y buscan orillas y objetos que se diluyan. Podrías toparte con uno si visitas túneles sobre las avenidas, por dentro se sienten sumergidos y sobre ellos evocan el paso de la corriente.  
Pasan horas sentados en un puente con su mirada fija en las piedras, recordando la riqueza del limo, bordeando con los dedos la forma de la espuma, descubriendo peces o simplemente arrullándose con el sonido de la purificación. Oímos cómo respira el agua.

Nuestra sed nos agobia por los poros del cuerpo. Así que cuando decimos "agua" nos metemos de pies a cabeza y la bebemos como bocanadas de oxígeno.


Compran como frenéticos vasos de cristal, sombrillas, atomizadores, jarrones, floreros, mecedoras y columpios.   

Pero me temo mi querido amigo que nos refundimos en el mundo terrestre. Es tan obvio, ante la vitalidad del agua nosotros parecemos gente. Nos camuflamos entre los de a pie, nos reímos en las ventiscas y nos inunda la melancolía con las brisas de verano. 

Cuando un acuático se abraza a otro cuerpo en las noches, no duerme. En silencio está rogando para que llueva.