domingo, 20 de enero de 2013

La niña de los 50


Ella es su niña de los 50. Se lo encontró casualmente y al verlo le dio fiebre de bajo vientre. Él era feo, muy feo, pero resplandeciente. Dice él, pasados los años, que ella lo iluminaba todo.
Hablaron cualquier tontería. Vagos los dos. 10 minutos después, mientras él discutía sobre la crisis cafetera, le envió un mensaje y se pusieron una cita.
Bailaron, durante horas, sin decirse nada. Desde ese día es su niña.

Tiene sus requisitos ese oficio. Él exige energía, demanda cada instante. La escurre para ser escurrido. Ser la niña de los 50 es similar a llevar una doble vida. Trabajar más para dedicarle tiempo a los caprichos de un niño grande y ponerse traje de dama cuando necesita una mujer al lado.

La familia fue la parte más dura, porque siempre andaba de minifaldas para complacerlo, pero la abuela la miró de arriba a abajo y le pronosticó de frente que ese antojo no iba a durar.

Anotó la fecha de su cumpleaños en un calendario. 49, faltan 365 días para el final. Faltaban dos meses y después de tantas peleas de novios colegiales y despedidas infructuosas, nada apagó la fiebre. Se llaman con los dedos acalorados, con palabras frenéticas. Habrase visto tanto deseo en dos personajes tan opuestos.

Y la niña probó con 30, con 18, con 40. Algo tenía ese número, entre las burlas sobre el viagra, la panza y el geriátrico.

Honestamente ya no era tan niña.

Justo en la raya del día preciso él habló de amor. Amar amarse a la hora del amor. ¿Una niña de los 50 puede amar. Puede amarse. Puede vivir del amor?

Excesivo, exagerado, desesperado por volver a poseerla, la buscó entre los tropiezos que habían creado. Estaba escondida, recogida como un feto en un rincón con esa palabra retumbando entre el calendario y sus ganas de él.

Si le dieran el nombre de su temor. Quién arriesga perder su tranquilidad, su libertad, por amar.

Con los niños hay que ser pacientes. - Él perdió el miedo-.

Se dio cuenta cuando la tomó de la mano para subirla al carro, cuando la abrazó con fuerza frente a sus colegas, cuando empezó a preguntarle ¿cómo te fue hoy?.

Las arrugas llegaron, porque siempre llegan. También encaneció. No hubo hijos. Llegó la vejez en forma de mujer.

Él es su niño de los 50. Lo baña en las mañanas. Lo toma del brazo para subirlo al carro. Lo abraza con fuerza frente a sus colegas. Le cubre los hombros en los días fríos.

En las noches recuerdan los días del  calor. Él se sienta con una cobija sobre las rodillas. Y sin el pudor de la edad que los unió, ella se quita la ropa y baila. Baila, como bailaba la niña de los 50.