Traigo un orgasmo guardado en las entrañas y a veces, cuando
camino, siento que se me cae.
Es como un filo que punza hacia abajo, otros días lo llevo
como un peso de agua que en cualquier momento se escurrirá entre mis piernas.
No es una molestia, pero sí un rubor que ilumina la sonrisa,
que se cuela en las charlas aburridas, una ansiedad que no se quita así mueva
los pies con frecuencia.
Cuando voy por la calle, pensando en las compras, ahí, justo
en el vientre se enciende. Sin la chispa de un recuerdo, un amor lejano o la
mirada de un desconocido.
Me llena de cosquillas, de carcajadas solitarias. Un
silencio tan sólido, tan mío. Parece que
busca el camino a un gemido, un chiste malo que le dé permiso para escapar.
No sé si lo retengo a propósito, si tenerlo atrapado hace mi
vida más interesante. Cautivo en el vientre es solo mío. Es el orgasmo que
traigo guardado.